Sociedad

La amistad femenina, por Enrique Serna

Las mujeres pueden tener una voluntad de poder tan fuerte como la masculina, pero esas pasiones nunca las desvían de su objetivo primordial: derramar calidez

Como la mayoría de los hombres, durante mucho tiempo creí que no tenía sentido sostener amistades desinteresadas con las mujeres. Cualquier acercamiento a ellas me parecía inútil si no tenía propósitos de ligue. Tal vez por haber estudiado la primaria y la secundaria en escuelas católicas para varones, no las creía capaces de brindarme compañerismo, ni yo se los ofrecía. Ellas pertenecían a un mundo regido por leyes desconocidas, que yo veía desde lejos con una curiosidad de entomólogo. Sólo pude vencer esa grave limitación cuando hice las paces con el componente femenino de mi propia psique (el "ánima" de Jung) y descubrí que las mujeres eran mis hermanas, no mis enemigas. Desde entonces comencé a disfrutar su amistad y ahora me resultan imprescindibles. Pero no es tan fácil hacer buenas migas con una mujer cuando hay atracción de por medio. La relación fraternal con el sexo opuesto sólo puede existir cuando nace, crece y se desarrolla en estado puro, incontaminada por el deseo. No hay conocimiento mutuo más profundo que el de una pareja, y sin embargo, la pasión es un vendaval tan fuerte, que en su postrer coletazo arrasa también la amistad. Entre ex amantes puede haber relaciones cordiales, pero la amputación sentimental de la ruptura, por civilizada que sea, deja resquemores imperecederos y una pérdida irreversible de la confianza en el otro.

Como ahora tengo más facilidad para congeniar con las mujeres que con los hombres, comienzo a ver a mi propio sexo con los ojos de mis amigas. Ya no soporto el talante competitivo, el machismo rampante, la resequedad obtusa de los varones convencionales, sobre todo cuando llegan a la madurez. En la mayoría, el temor a mostrar sentimientos alcanza grados patológicos. El grado de intimidad que pueden alcanzar con sus amigos no les sirve de mucho, pues casi nunca lo aprovechan para desnudar el alma, y si acaso hablan de sus amores o sus amoríos es para ufanarse fanfarronamente de una conquista. Cuando están sobrios no se permiten la menor flaqueza y en la borrachera el ego se les hincha hasta la hipertrofia. Sólo conocen la catarsis engreída, no la que purifica el alma. El miedo a incurrir en cualquier flaqueza que ponga en duda su hombría, los condena a una falta absoluta de espontaneidad. Según la dialéctica hegeliana, el amo se define por su antagonismo con el esclavo y por lo tanto, sólo existe en función del adversario al que debe someter. Con los varones hombrunos ocurre algo parecido: son una copia en negativo de la jotería que aborrecen.

No todas las mujeres poseen fineza de espíritu (la obsesión por los signos de status puede engendrar formidables harpías), pero incluso las más frívolas tienen un enfoque de la vida semejante al de los buenos novelistas, porque siempre tienen claro cuáles son los avatares de la existencia que determinan la felicidad o la amargura. Como observadoras del carácter hilan más fino que nosotros, pues nunca pierden de vista los verdaderos móviles de la conducta. Intercambian confidencias al poco tiempo de conocerse y desde la primera charla ventilan secretos de alcoba con lujo de detalles, no porque sean chismosas o exhibicionistas, sino porque de verdad se quieren conocer a fondo. Con sus amigos varones tienen más reservas, pero cuando entran en confianza son las mejores consejeras sentimentales. Las mujeres pueden tener vocaciones firmes o una voluntad de poder tan fuerte como la masculina, pero esas pasiones casi nunca las desvían de su objetivo primordial: derramar calidez, vivir a plenitud, entender cómo funcionan las bisagras del alma y el cuerpo. A ras de tierra encuentran las verdades esenciales que el hombre busca entre las nubes, engañado por la autoridad de los conceptos y las ideas.

Para las mujeres guapas, la amistad con varones no es fácil, porque la mayoría trata de cortejarlas y muy pocos toleran un rechazo. Algunos galanes tienen el ego tan delicado que ni siquiera les declaran directamente su amor: esperan que ellas tomen la iniciativa y se ofenden cuando eso no ocurre. La principal fuente de la misoginia universal es el orgullo herido de los malos perdedores en las lides de Venus. Aunque a veces nos duelan mucho esos reveses de la fortuna, vale la pena soportarlos con espíritu deportivo, y mantener el trato amistoso con las damas que nos han rechazado, porque si un hombre no conoce nunca la amistad femenina se expone a una orfandad espiritual atroz: la de los chingones invulnerables que pueden ser quizá exitosos donjuanes, pero jamás conocen el lado suave y luminoso del universo.

Enrique Serna es El autor es narrador y ensayista. Su novela más reciente es "La sangre erguida", publicada por Seix Barral

Fuente: El Universal - Mejico

Comentarios

  • Elver

    Que boludez , no tienen
    otra nota para publicar?

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  • Mirá vos

    Tanta estupidez , no pierdan tiempo!! Lamento lo q propone QPS

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