Salteños viajan a caballo 12 horas para poder estudiar: la emocionante historia
El equipo periodístico viajó hasta El Alfarcito para conocer la situación de varios niños.
En los cerros salteños, a más de 110 kilómetros de la capital, hay un lugar donde los sueños caminan a paso firme, aunque el camino sea largo, cuesta arriba y muchas veces atravesado por ríos crecidos y lodo. Es el Colegio Secundario de Montaña del Alfarcito, una institución que se convirtió en hogar, refugio y esperanza para más de 110 chicos y chicas del interior profundo.
Algunos de estos estudiantes, como Casim, deben caminar más de 12 horas para llegar. Otros, incluso, tardan días. A caballo, a pie, cruzando quebradas y caminos que se desdibujan con la lluvia, estos chicos hacen un sacrificio que conmueve hasta las lágrimas: dejan sus casas, sus familias, sus tareas en el campo, para apostar a algo tan valioso como el conocimiento.
"Yo entro los lunes a la mañana y me voy los viernes. Ya me acostumbré", dice Casim con una madurez que desarma. Vive en Ingeniero Maury y cuando vuelve a casa colabora en las tareas del hogar: cuida animales, trabaja la tierra, ayuda con la cosecha de haba, papa y choclo. Todo lo que produce su familia también forma parte del menú diario en el colegio, donde incluso los estudiantes participan en talleres de cocina y siembran sus propios alimentos.
El Colegio del Alfarcito no solo educa: cuida. Brinda albergue, contención, abrigo. "Acá están las chicas en su casa", dice con ternura la encargada del albergue femenino. "Después de clases se cambian, se van a deporte o a horas de estudio. Algunas están de lunes a viernes, otras se quedan hasta 15 días porque viven en lugares muy alejados".
A pesar de las dificultades climáticas -lluvias que impiden que bajen los ríos, caminos cortados, cosechas perdidas-, los chicos siguen llegando. Siguen apostando a estudiar. "Esperan que baje el río, pasan a caballo, a veces debe pasar una máquina para que llegue una camioneta a buscarlos. Ellos no se rinden", cuentan las docentes.
Y tampoco lo hacen sus familias, que muchas veces deben prescindir de ellos en casa, donde son mano clave para el trabajo diario: pastorean, siembran, cuidan. Pero saben que vale la pena. Porque en esas aulas, donde no se cobra un peso, donde se ofrece todo lo básico, se está gestando un futuro diferente.
Me importa 3 carajos la política, pero tu abogada trucha tampoco hizo nada por estos chicos. Gracias a los docentes que hacen de familia e inculcan el amor por estudiar y progresar, que estos chicos siguen yendo.
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Y el desquiciado se la pasa quliand a la kari x todos lados
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