Valentina Bianco Hormachea

Lic. en Rel. Internacionales

El coronavirus desenmascaró las profundas desigualdades estructurales en Salta

El COVID-19 es simultáneamente una crisis y una oportunidad. Esta sacudida social que pegó este virus nos obliga a parar, recalibrar el norte y reconfigurar la agenda de prioridades.

 La pandemia ha puesto a Salta al descubierto. Desenmascaró sus profundas desigualdades estructurales e hizo tambalear el sistema de gobernanza. Indudablemente, también puso a prueba su capacidad de dar respuesta, dejando entrever, en muchos casos, la limitada capacidad de los gobiernos en sus distintos niveles para hacer frente a una catástrofe de semejante magnitud. 

El COVID-19 dejó en evidencia dos cuestiones: la primera, el carácter "democrático del virus", es decir que ataca a todxs sin hacer ninguna diferenciación social por motivos étnicos, socioeconómicos, de género, políticos, etc.; y la segunda (su contracara), el carácter profundamente "elitista" que tiene la batalla para hacerle frente. 

Es simple: algunxs pelean con armas y otrxs con palos. Mientras muchxs en la ciudad de Salta se aseguran camas en terapias intensivas en los mejores hospitales, atención médica personalizada y servicios de calidad a través de obras sociales pagas, otrxs en cambio, especialmente en el interior de la provincia, les resulta imposible si quiera ingresar al sistema sanitario público. 

¿Qué sigue? Es una de las grandes preguntas que trajo la pandemia. Para comenzar a recomponernos colectivamente de semejante crisis hace falta que tanto la clase política de Salta como la misma ciudadanía empiecen a mirar un poco más al costado. 

Continuar con la mentalidad del "sálvense quien pueda" no lleva ni llevará a buen puerto. Sin dudas que el trabajo de "no dejar a nadie atrás" en esta recuperacion tendrá que empezar por las poblaciones más vulnerables, quienes han sufrido peor que cualquiera los efectos del COVID. 

Uno de los casos más emblemáticos que tenemos en la provincia sobre la negligencia del Estado y la sociedad civil es el de los pueblos originarios, quienes lastimosamente han sido históricamente tratados como residuos humanos. El nivel de abandono y exclusión sistemática ha sido y continúa siendo tal, al punto que, por ejemplo, la situación de lxs Wichís ha sido comparada con lo que se vive en Sudán del Sur, una de las peores crisis humanitarias en África. 

Asimismo, durante estos meses hemos aprendido que indudablemente la política sí es cosa de todxs y que es fundamental contar con una clase política que esté preparada para dar respuesta a una crisis. 

Justamente por esto, nosotrxs, lxs ciudadanxs salteñxs, tenemos que romper con la inercia, involucranos mucho más, y sobre todo, demandar y exigir que nuestrxs representantes estén a la altura. Sin ir más lejos, no podemos continuar dándonos el lujo que se cajoneen proyectos de ley vitales para la ciudadanía y que continúen tapándose temas cruciales relacionados a los desmontes, femicidios, emergencia sanitaria de pueblos originarios, etc. 

Y mucho menos podemos permitirnos tener a legisladores (cobrando sueldos de elite) dedicándose a debatir temas tan poco urgentes como el día del inmigrante italiano, en lugar de políticas públicas estructurales que enmienden las crisis humanitarias que atraviesan a Salta. 

El COVID-19 es simultáneamente una crisis y una oportunidad. Esta sacudida social que pegó este virus nos obliga a parar, recalibrar el norte y reconfigurar la agenda de prioridades. Hemos aprendido que la interconexión entre todxs es real, que la supervivencia de unx está atada a la supervivencia de la comunidad y que en definitiva estamos todxs en el mismo barco. 

Ahora solo queda por verse si en el mundo post-COVID, lxs salteñxs habremos aprendido a mirar un poco más al costado y salir de la apatía. Si algo ha quedado claro estos meses es que nadie está a salvo, hasta que todxs lo estamos, en todas partes. 

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