Matías Palomo

Lic. en Psciología
#Opinión

Psciología barata y políticos de goma

Los postes de luz no suelen decir mucho de nada, pero este poste en particular llamó mi atención.

Con el tránsito detenido destaqué de todo el paisaje urbano un cartel que había en él, uno de campaña de las últimas elecciones, más precisamente de Javier David candidato a diputado nacional.



Hasta ahí nada raro, un poste, un cartel y un candidato. Pero despertó mi curiosidad el hecho de que en este particular duró más el cartel del candidato que la adherencia política del mismo al espacio que lo impulsaba, y ese es el eje de estas líneas.




La idea central sería entonces reflexionar sobre nuestra triste época, en que un cartel dura más que una posición política, y esa volatilidad de las convicciones de nuestros dirigentes es la que me parece peligrosa – como casi todas las volatilidades.




Entonces me imaginé un diálogo con el hoy diputado (aclaro que lo menciono porque era su cartel, pero esto valga para cualquier candidato de cualquier partido en situación similar) en el que yo lo indagaba sobre este particular y no podía dejar de imaginar una sarta de términos difusos que poco o nada me aclararían el panorama.



Y entonces me llegó una idea: sabe este dirigente cuánto cuesta un boleto de colectivo? Sabe cuánto cuesta el litro de leche, o el kilo de bola de lomo cortada para milanesa?



A riesgo de sonar prejuicioso yo creo que no, porque no se dedica a tales menesteres, o en caso de que si lo haga su jugosa dieta parlamentaria no le imprime ninguna adrenalina a su fin de mes tratando de comprar lo que necesite.



Y este es uno de los principales rasgos de nuestra clase dirigente, ellos (salvo limitadas excepciones) viven a dos años de distancia de sus votantes. Para ser más claro, su cuerpo reside en este presente junto con el resto de nosotros, pero su pensamiento se centra en las próximas elecciones, generales o de medio término, y ello inevitablemente los lleva a una posición en la que por mínimo se encuentran desconectados de la realidad. Este rasgo es de tipo esquizoide, y con todo el respeto que me merecen las personas con diagnóstico de esquizofrenia y sus familias – ya que es una de las enfermedades mentales más complejas y que más repercuten negativamente en los vínculos -, nuestros gobernantes tienen que hacer un ejercicio de reflexión sobre este rasgo de su conducta.



La esquizofrenia, del griego schizen “dividir, escindir, hendir, romper”  y phr?n, “entendimiento, razón, mente” es un diagnóstico psiquiátrico que se utiliza para personas con un grupo de trastornos mentales crónicos y graves, caracterizado a menudo por conductas que resultan anómalas para la comunidad.



Pido a los lectores tomarse unos segundos en cada uno de los ítems subsiguientes para pensar sobre conductas propias de nuestros gobernantes y desde la óptica personal analizar si uno o más de ellos encajan en estas consideraciones:



? falta de percepción de la realidad



? desorganización compleja, en especial de las funciones ejecutivas



? dificultad para mantener conductas motivadas y dirigidas a metas



? una significativa disfunción social



? creencias falsas como síntoma frecuente



? pensamiento poco definido o confuso



? reducción de las actividades de relación



? inactividad.



En nuestra época somos testigos (y también cómplices en alguna medida) de una vergonzosa transmutación camaleónica de quienes en teoría nos representan. El camaleón utiliza su posibilidad de adaptarse al ambiente de turno como estrategia de supervivencia, nuestros políticos también, ya que adaptarse al entorno político oficialista les garantiza un periodo más, o un mejor cargo en una comisión, y todos los beneficios de los que se sirven, a pesar de que en el discurso “ellos nos sirven a nosotros”.



Inicie este editorial intentando entender como un cartel de campaña tenía mayor durabilidad que las ideas políticas que ese candidato pregonaba y sólo puedo arribar a una conclusión: nuestro representante vale menos que un pedazo de plástico.

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