Salieron adelante

La familia salteña que no tenía ni para comer y se las ingenió

El caso fue compartido por diario La Nación. Una historia de lucha y superación.

Desde que era chica Naira Varela (30) comenzó a vincularse con el mundo de los negocios gastronómicos. Por aquellos años su papá tenía una rotisería en Salta Capital y ella, muy curiosa, trataba de pasar el mayor tiempo posible en el local para chusmear cómo era ese rubro que tanto le llamaba la atención. A los 20 años empezó a estudiar cocina, primero, y Antropología, después. Cuando se recibió de Chef comenzó a preparar tartas y pizzetas en su casa que luego vendía en una feria de artesanos para solventar los gastos de su segunda carrera. Al poco tiempo se juntó con su pareja, quedó embarazada y debió abandonar la facultad ya que tuvo complicaciones durante los primeros meses del embarazo.



Las primeras 5 cajas de sorrentinos



Su marido, que era el único sostén de la casa, hacía trabajos de obras de electricidad pero en enero del 2011 el trabajo comenzó deliberadamente a escasear. Casi que no tenían plata para comer y sólo les quedaba un saldo. "La disyuntiva era decidir qué hacíamos con ese dinero: si lo utilizábamos para vivir ese tiempo o si lo invertíamos en algo que nos permitiera generar otra fuente de ingresos. El saldo nos alcanzó para comprar dos moldes de sorrentinos, después fuimos al almacenero de la vuelta de mi casa y nos fio un paquete de harina y otro de espinaca", recuerda Naira. En ese momento elaboraron cinco cajas de sorrentinos que se las vendieron a sus familiares. Como tuvieron mucha aceptación, siguieron ampliando los sabores y se animaron a colocar una pizarra en la puerta de su casa con un foquito que cambiaba de colores (que le había quedado a su marido de una obra) que llamaba la atención porque era el único negocio de la cuadra con esas características. La gente se empezó a acercar y comenzaron a vender cada vez más.





Una grata sorpresa



A medida que Naira y su marido se fueron dando cuenta de la aceptación de sus pastas, comenzaron a ampliar la variedad y los empezaron a llamar desde algunos restaurantes de Salta y también de Jujuy. "En ese momento nos dimos cuenta que el negocio funcionaba, para nosotros fue una grata sorpresa, comprendimos que ya no se trataba de un negocio para zafar, sino para dedicarnos de lleno a eso".



Naira cuenta que para ella fue muy importante ser testigo del efecto que tenía su mercadería en la vida cotidiana de quienes la consumían. "Para la gente tenía un valor agregado porque les resolvíamos la comida, tenía clientes que me decían que la única forma de que sus hijos comieran verduras era con mis pastas. O me decían que hacía mucho tiempo que no podían comer ravioles porque los del supermercado les caían mal".



A los productos que Naira y su familia elaboran no les colocan ni aditivos, ni conservantes, son pastas sanas, que las pueden comer desde "un bebe de 6 meses hasta una persona mayor". La idea del emprendimiento es poder brindarle un plato de comida casera a la gente en cualquier día de la semana para evitarles que tuvieran que perder tiempo en cocinar. "Hacemos ravioles sin huevo porque hay gente que es alérgica al huevo, también cocina sin sal a pedido, tratamos de que nuestros productos tengan un impacto positivo tanto en la sociedad como en el medio ambiente. Tenemos una huerta donde usamos la albaca, los tomates cherry y las calabazas".



Accidente: retomar fuerzas para salir adelante



Motivados por este crecimiento, después de mucho trabajo y esfuerzo lograron comprar una raviolera industrial -antes usaban la Pastalinda de su suegra- y empezaron a producir mucho más. El objetivo era poder ampliar los ingresos vendiendo por mayor a las despensas del barrio. La idea, cuenta Naira, tuvo mucha aceptación aunque el problema fue que no midieron la capacidad productiva con la aceptación social y debían trabajar muchas más horas para poder cumplir con esa demanda. Una noche, estando embarazada de su segunda hija, Naira se quedó dormida y se le amputó la primera falange del dedo índice de su mano derecha mientras trabajaba con la máquina nueva. "A raíz de eso prácticamente cerramos la fábrica, fue un golpe muy fuerte para la familia, pero no para mí, fue como que retomé fuerzas para seguir adelante".



Ese premio que le llenó el alma



Después de ese golpe, a principios del 2014 Naira comenzó a retomar, ella sola, su negocio ya que el marido había vuelto a sus trabajos anteriores y su mamá se dedicaba a cuidar a sus hijos. Y con más fuerzas que antes la vuelta fue con todo: además de las entregas a los restaurantes, decidió también abrir las puertas al público en general. Y de esa forma surgió "El Árbol".



Cuando reabrió el negocio, se contactó con la Fundación pro-mujer, que ofrece a mujeres de bajos recursos los medios necesarios para transformar sus vidas y las de sus seres queridos a través de servicios financieros, capacitación empresarial y de empoderamiento y servicios de salud. Allí les otorgaron unos créditos y el año pasado le informaron sobre una convocatoria para un concurso de micro-emprendimientos. Ella se presentó y resultó ser la ganadora. "Para ingresar al concurso me habían hecho muchas preguntas desde el inicio del proyecto lo que me había hecho recordar los obstáculos que había tenido que afrontar y lo que fui aprendiendo en el camino. Fue un empujón financiero, pero especialmente un reconocimiento y eso me llenó el alma, fue una gran satisfacción al corazón. La base de la familia es el negocio. Ojalá que podamos crecer mucho más y siga siendo la base de la familia para los hijos de mis hijos".

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