Alejandra Cebrelli

Doctora en Comunicación
#NiUnaMenos

Narrativas, emociones, mandatos. Para pensar la violencia y el género

La violencia atraviesa las relaciones humanas y cumple la función de intentar ‘restaurar’ el orden patriarcal

Voy a empezar estas reflexiones poniendo el foco en la violencia, tratando de entenderla en términos relacionales: quién la ejerce, quién la sufre, quién la mira por un lado y por otro, como una forma de vinculación que implica una tensión entre le ley de la igualdad y las jerarquías, en este caso, de género (aunque nunca se reduce sólo a eso).



La violencia acá cumple una función  -injustificable desde cualquier ética humanitaria-, la de restaurar el ´honor´ de los machos frente a la imparable interpelación de la potencia femenina en casi todos los campos, un estatus que sólo una estructura patriarcal puede asegurarles a los tipos ´sólo por ser hombres´ a cambio de asumir una actitud violenta –con la pluma, con la palabra, con la espada (léase pene, cuchillo y las interminables variedades de armas corporales o no). 





Y que ‘defienden’ algunas mujeres también: Leí y escuché, casi sorprendida, columnas, memes, comunicados escritos por mis pares, reivindicando su lugar de sujeción al hombre y sus mandatos (“Liliana Robledo salió a criticar a movilización por el día de la mujer en Santa Rosa por supuestos ‘desmanes’ ocurridos durante la misma”, ElDiariodeLaPampa.com). Un caso claro de síndrome de Estocolmo escondido tras los ropajes discursivos de muchas religiones, siempre conservadoras de un estatus quo con fuertes tintes de dominación masculina. Y ahora también reforzado por un estado día a día más patriarcal, colonial, neoliberal y, por todo ello, extremadamente violento ya sea en sus modalidades ferozmente expoliadoras de derechos de ciudadanía, territorios y recursos, en forma de represión policial injustificada, en el énfasis negacionista, en la suspensión sistemática vía DNU de toda ley o política orientada a la equidad.



Mucho se dice y escribe sobre quién ejerce y quiénes sufren la violencia de género. Y entramos en el terreno de las narrativas, de las representaciones y de lo pasional. ¿Qué sentimiento me despierta como lector/a o ciudadano/a leer en un portal el durante la semana del Paro y la Marcha Internacional del Día de la Mujer titulares como: “Esa maldita costilla”(Iruya.com); “Vergüenza, la palabra más utilizada por la violencia de mujeres en la marcha”, “El 8 M en Argentina fue el único con incidentes en todo el mundo´´ , ‘Encontró a su hija ´desaparecida’ desnuda en la cama  con cuatro sujetos”, “Escalofriante caso. Una abuela encadenó y torturó a su nieta durante meses” (InformateSalta), “Una mujer arremetió a golpes de puño contra un hombre por una discusión de tránsito“ (INFOBAE), “Sin palabras: En Argentina se disfraza de Virgen María y ‘aborta’ frente a la catedral” (Somatems.me)?. No importa si la noticia, escrita con todos los ribetes del amarillismo peor intencionado, alude a un hecho actual o no, local u ocurrido en Tucumán, Ramos Mejía, Santiago o México; tampoco si se trata de una intervención artística o de un suceso muy fuera de lo común. Lo interesante es la construcción de una narrativa donde se invierten los roles de víctima y victimario junto con las atribuciones, las jerarquías y los valores: la estrategia discursiva transforma la violencia en una cualidad femenina y el lector/a siente furia, impotencia y rechazo. De este modo, se equipara un insulto, un cántico, una performance o casos muy extraños y poco habituales con las violaciones y femicidios cuyo número y ferocidad crece por horas. No es lo mismo ni es comparable, pero la magia de la retórica impacta en las audiencias provocando la misma reacción: la falsa sensación de un mundo al revés, la necesidad y el deseo de restaurar un ‘orden’. Se produce así una sanción moral que, por ejemplo, habilita a los machistas que ocupan cargos públicos locales a catalogar a toda militante de género como “feminazi” (‘gentileza’ del Concejal Suriani) o a ‘homenajear’ -en un día de lucha- a las mujeres de General Pizarro con escobas y canastos de ropa sucia (un ‘recordatorio’, ciertamente inolvidable, de parte del Intendente Talló). 





El foco mediático se pone allí y, como resultado, se silencian las notas y columnas que desenmascaran estos gestos como las de Melina Sola, Paula Poma, Marta César o Elena Corvalán, por citar algunas. Pues esa falsa equidad sirve, sobre todo, de tapadera mediática, dejando en un cono de sombra un fenómeno que aterroriza al patriarcado: en una época donde los partidos políticos, marcados por la jerarquía masculina, han entrado en una profunda crisis de representatividad e inacción, la movilización y la potencia política ha pasado a los movimientos y organizaciones de género. Las multitudes que se movilizan en Salta y muchas ciudades de la Argentina y el mundo están constituidas por mujeres –y no sólo- diversas, diferentes, abigarradas. Provienen de clases y lugares sociales muy diferentes, no coinciden ni en edades ni en formación cultural, no piensan ni se visten igual, no militan en los mismos partidos ni cantan las mismas consignas; a veces, no acuerdan para marchar a la par pero las reúne el mismo grito, la misma bandera: “Ni una menos”.



Como decía al principio, la violencia atraviesa las relaciones humanas y cumple la función de intentar ‘restaurar’ el orden patriarcal. Si no fuera así, ¿cómo interpretar el recrudecimiento de los femicidios en los días previos a las marchas o el descubrimiento de cadáveres de mujeres despedazadas en las orillas de un río que atraviesa barrios periurbanos?



Pero la marcha sigue creciendo en número, en organización y en miltancia. Y ese es una ventana a las utopías: en Salta, la imagen de jóvenes de La Poderosa, estudiantes universitarixs, militantes extrapartidarixs que trabajan con vecinxs de barrios marginales para que se escuchen otras voces (no patriarcales, inclusivas, plurales)  pero también para contener, sostener y apoyar a las víctimas de violencia de género. No cobran sueldos, no reciben subsidios, son heterogénexs y se respetan de ese modo, quebrando mandatos y tradiciones. Y, por lo mismo, construyen un horizonte esperanzado. Uno de muchos posibles pero que urge comenzar a imaginar para que la solidaridad, el respeto por la diferencia y la alteridad sea, finalmente, la moneda de cambio.

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