Roque Rueda

Abogado
Reforma constitucional

La importancia de llamarse Juan Manuel

Un paralelismo entre la historia y la actualidad política en Salta.

Capítulo 1:



A principios de 1851, convocados por el Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas, se reunieron en la Estancia de Figueroa, en la Provincia de Buenos Aires, don Justo José de Urquiza, Domingo Faustino Sarmiento – recién llegado de Chile -, Esteban Echeverría - llegado de Montevideo – y el propio Rosas.



Alberdi no pudo llegar. Adujo que estaba redactando algo importante, pero todos sospecharon que era una excusa. En algún pasquín se había filtrado que consideraba “un merecido homenaje a la hipocresía” la convocatoria de Rosas.



A la luz de unos candiles hechos con sebo del Matadero y dispuestos junto a un retrato de Facundo Quiroga que se había traído especialmente para la ocasión, el Encargado de las Relaciones Internacionales de la Confederación, dejando el primoroso mate de plata que le cebaba Manuelita, agradeció a los invitados su concurrencia. Posteriormente, manifestó solemnemente que había llegado el momento de dar una Constitución al país.



Sostuvo que era hora de establecer el sistema republicano, que él, según dijo, llevaba “como lo más preciado entre las telas de su corazón”. La hora de reconocer a las Provincias su autonomía, de federalizar el control del Puerto y la Aduana de Buenos Aires, de establecer garantías inconmovibles para la libertad de expresión y asociación, y procedimientos justos y controlados judicialmente para la represión del delito.



Concluyó su alocución manifestando que estaba seguro de que los propósitos que había indicado contarían indudablemente con el apoyo de todos los presentes, dado que si así no era, cada uno de ellos pasaría a la Historia como un enemigo de las libertades.



Cerró depositando con ademán displicente un papelito sobre la mesa, escrito con su letra diminuta, y diciendo que, eso sí, no aceptaría ninguna Constitución que no llevase en su articulado una disposición como la que allí proponía.



En el papelito había garrapateado:



El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria.



Los invitados, luego de unos instantes de perplejidad, balbucearon un asentimiento genérico. Sarmiento dijo algo sobre Alberdi, que ninguno entendió pero que claramente era una crítica. Echeverría preguntó si los mazorqueros que habían quedado cuidando los caballos estaban al tanto de esta idea de Rosas, y qué opinaban. Urquiza no pronunció palabra, pero eso no inquietó a Rosas, que lo sabía de su misma naturaleza y contaba con que firmaría sin tanto palabrerío.



El 3 de febrero de 1852, en la residencia oficial de Rosas en Palermo, se sancionó la flamante Constitución de la Nación Argentina. Hubo fiesta en las calles, una salva de veintiún cañonazos desde el Fuerte, se bailó el Pericón y la mazurca, se lanzaron los correspondientes vítores al Constituyente Máximo y los insultos de rigor a los hermanos Reynafé. Finalmente Rosas, escoltado por Urquiza, Sarmiento, y un tal Gorostiaga que había ayudado a redactar el texto final, desfilaron portando el texto sagrado de nuestra nueva Carta Magna. Echeverría había muerto pocos días después de la primera reunión, tal vez de la emoción. Alberdi no apareció.



Capitulo 2:



Pasaron los años, y en Salta tenemos otro Juan Manuel, con la misma pasión constituyente.



El paralelismo, valga decir, no es exacto. A nuestro Juan Manuel se le conocen varias vueltas en su historia política, pero ninguna como la Vuelta de Obligado. En sus diez años de kirchnerismo no se le vio ni una vez defender la autonomía del territorio que gobierna como hizo Rosas aquella vez contra la alianza anglofrancesa.



En compensación, hay que reconocer respetuosamente que nos trajo una primera dama con bastante más onda que la de Doña Encarnación. El poncho le queda mejor.



Lo cierto es que asistimos a los prolegómenos de la consagración de nuestro Juan Manuel como el gran Restaurador de la República salteña. En la foto estará, seguramente, acompañado por el anterior gobernador, Juan Carlos Romero en una muestra de grandeza que quedará para la Historia.



Nuestra nueva Constitución pondrá a Salta a la vanguardia del republicanismo, la democracia y la transparencia. En ella se plasmarán, entre otras, las siguientes reformas:



Retorno al mandato sin reelección para los Gobernadores, que regía hasta la reforma de 1998 propiciada por Romero y agravada posteriormente por la vergonzosa reforma de 2003, que con la participación del Convencional Urtubey llevó a tres mandatos el límite, para Romero primero y para Urtubey después.



Modificación o eliminación del límite de seis años y nuevo acuerdo para los Jueces de Corte, que Romero no tocó en 1998 ni 2003, y que Urtubey utilizó para sus propósitos Tanta coincidencia hubo que Romero dejó días antes de irse en la Corte al apoderado del PJ, y Urtubey le renovó el cargo.



Reforma de los órganos de control, tal vez volviendo a un sistema de Tribunal de Cuentas. Romero creó la Auditoría. Urtubey se encargó de que estuviera integrada exclusivamente por oficialistas.



Modificación de la integración de la Legislatura, para que resguarde el principio “un hombre, un voto”, y no se produzcan más las falsas mayorías hegemónicas que tuvieron a su disposición Romero y Urtubey. En este sentido, Romero incumplió la manda de la Cláusula Transitoria que imponía modificar el sistema electoral. Urtubey se benefició de eso.



Eliminación, o regulación estricta y específica, de los “superpoderes presupuestarios”. Romero fue el artífice en Salta de esta pésima costumbre que destruye una importante institución republicana. Urtubey le dio una vuelta de tuerca más, incorporando los “superpoderes retroactivos”, por los que se modifican presupuestos cerrados tres o cuatro años antes.



Epílogo



No he probado en Google para ver si existe algo que se llame “Síndrome de Dorian Gray”.



En el clásico de Oscar Wilde, un hombre disoluto se mantiene joven, carismático y hermoso, mientras un retrato suyo, escondido, va deformándose con el paso del tiempo, las contrariedades y los pecados del protagonista.



Como salteño, uno lee últimamente los diarios de Buenos Aires (y algunos locales también desde hace poco), y descubre que tenemos aquí a un Dorian Gray de la Puna (chic). A nosotros nos toca el retrato.



En resumen… habrá que participar. Habrá que acompañar esa reforma constitucional, si efectivamente se hace como se anuncia. Pero la Historia, la Historia…. qué cosa loca.



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