Fedra Aimetta

Docente Universitaria. Consultora
Doble moral local

Cosa juzgada o la viralización de una caza

Jamás pensó el movimiento de mujeres que esto sucedería. Que sus reclamos y temas se conviertieran en issues para el Estado y para la opinión pública en tan poco tiempo y con tanta intensidad. Lo que hace una década era un indecible, hoy explota en la agenda de medios, adquiere los tonos y expresiones políticamente correctas en la mayoría de los diarios y pone la alarma en la calle con convocatorias masivas, incluso aunque haga uso de una performatividad pública más propia de fines de los 90.



Pero como en una película de terror, aunque la tematización y visibilización de la problemática alcanza su punto cúspide, la pesadilla de las muertes por violencia de género y su encuadre perverso van en aumento.



Este decir y su explosión vital a través de las redes sociales, esa conversación masiva de tono crispado y de extrema alarma no está logrando los resultados sociales y culturales esperados. El número de muertes aumenta, la violencia contra las mujeres no cesa. La violación de niñas y la explotación sexual de las mujeres continúan.



Los jueces de la Sala I del Tribunal de Juicio condenaron a Juan Rosario Mazzone alias “Chicho”, Manuel Santiago Amador alias “Almita”, y Eliseo Elías Valdez a la pena de tres años de prisión de ejecución condicional por resultar coautores penalmente responsables del delito de corrupción de menores.




El tribunal encontró suficientes las pruebas de las fotos –aún faltan las fundamento del fallo- para encontrar al trío culpable del delito de corrupción de menores.




El problema lo constituye la debilidad de las pruebas que se encontraron en este tendido de instancias que presuponen un escenario de caída humana, de abusos y uso de la autoridad y el poder para corromper a menores. Si ese escenario fuese comprobado que existió, además de un fallo ejemplificador, se debiera ir por otros intendentes y jerarcas locales para dar con sus fotos y hábitos no acordes a la ley y a sus posiciones de poder.



Hay algo de insólito en este caso, de inexplicable. Y las líneas argumentales van en tensiones de todo contenido: clase, raza o género de acuerdo a quien las plantee.



El peligro más grande, y del que este caso es una suerte de exponente, es la extensión de las problemáticas de género, en un todismo genérico, bajo el modo de una gestapo conductual, a todas las afirmaciones de la cultura. La policía simbólica puede que no haga bien al movimiento, tampoco a las mujeres y puede más bien redundar en la modificación de las formas y no tanto de los contenidos culturales que edifican nuestras relaciones humanas.

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