Corrupción y escándalo

El misterio del hijo de Evo Morales

Si hay algo imposible de ocultar sobre Evo Morales, además de sus logros al frente de Bolivia durante la última década, son los rumores sobre sus innumerables relaciones sentimentales.

“El presidente también ama”, aseguraba un alto funcionario del Gobierno hace año y medio cuando, en vísperas de las últimas presidenciales, trataba de explicar lo complicado que era concretar un lugar y una hora para una entrevista con Morales. No se sabía muy bien dónde dormiría el presidente esa noche. Ahora, una de esas relaciones ha golpeado de lleno, por primera, la imagen del mandatario. Y la historia no parece tener fin.



El pasado 3 de febrero una noticia comenzó a circular por las redes sociales, catalizador de las críticas contra Morales en el pasado referéndum constitucional que rechazó su intención de volver a presentarse a unas elecciones. Se trataba de un vídeo de YoutubeCarlos Valverde, un político que con la caída del neoliberalismo devino en periodista, conductor de un programa de poca audiencia, Sin letra chica, que se transmite únicamente por cable, aparecía mostrando el certificado de un niño nacido en 2007. El primer apellido de este era Morales; el segundo, Zapata. De la madre, Gabriela, no se sabía nada hasta ese momento, por lo menos públicamente. Del padre se suponía que se sabía todo: era el presidente de Bolivia.



Presionado por la dimensión que la noticia había tomado, Morales, que tiene dos hijos reconocidos de dos mujeres distintas, compareció ante la prensa y activó el artefacto explosivo que el periodista había colocado previamente. Sí, dijo, había tenido una relación de “uno, dos, tres años” con Gabriela Zapata hasta 2007, cuando él tenía 48 y ella 21 años. Y sí, había nacido un hijo de ambos, que había fallecido poco después.



Para entonces, lo que interesaba a los bolivianos en este caso, por los menos formalmente, no era la diferencia de edad de la pareja ni el nacimiento de un hijo –sin que se hubiera enterado nadie– de la primera figura pública del país. El machismo de los bolivianos y su muy católico “respeto por la vida privada” de los políticos hacía que lo importante, por lo menos hasta ese momento, fuera la peculiar ocupación de quien había sido novia del presidente.



Valverde había contado que Zapata se desempeñaba, con solo 28 años, como gerente comercial de la empresa china más grande en el país, CAMC Engineering, que tenía contratos por alrededor de 500 millones de dólares con el Estado boliviano, que le pagaban por instalar plantas industriales y construir de un ferrocarril, entre otras obras. La inferencia parecía obvia y Valverde la hizo: acusó a la CAMC y el Gobierno de tráfico de influencias, partiendo del supuesto de que el hijo vivía y por tanto Zapata tenía una relación legalmente definible –la de “expareja”– con el jefe del Estado.



Morales se defendió y dijo que si el niño había muerto no se podía hablar de una relación legalmente vigente. Además, insistió, desde 2007, no había visto a Zapata “nunca más”. Nada más conocerse la reacción del presidente, comenzaron a aparecer datos sobre la lujosa vida que llevaba la mujer, cartas dirigidas a funcionarios y empresarios con reclamos y propuestas de negocios, sobre todo a favor de empresas chinas, y fotografías en las que lucía muy diferente de como había sido de joven, por la evidente acción de la cirugía estética y los tintes de cabello.



Entre esas imágenes, una suscitó mucha controversia. Aparecía junto a Morales en el carnaval de 2015, ocho años después de su supuesta separación definitiva. El presidente reconoció que la imagen era auténtica pero dijo que en el acto no había podido identificarla, que solo había visto a alguien de “cara conocida”. En una entrevista con diario El País en la víspera del referéndum, Morales insistió: “Había cambiado de apariencia, no sabía que era ella”. Sobre su fama de mujeriego, admitió: “Yo soy sincero, admito que le he podido caer mal a las mujeres”. Durante el trayecto a San Jacinto, donde celebraba un encuentro con los periodistas, más de dos horas con Morales firme al volante, el presidente vacilaba en alguna ocasión sobre sus relaciones. Y en tono más serio, aseguraba que la oposición estaba tratando de pagar a muchas “amigas mías de Cochabamba” para que hablaran mal de él. Algunas, decía, se habían tenido que ir de la ciudad por la presión.



El caso Zapata fue una de las razones –junto a la pésima campaña a favor del sí y el desencanto de las clases medias con Morales- que los analistas esgrimen para explicar que el 51% de los bolivianos rechazase modificar la Constitución. Fue la primera derrota electoral del presidente en una década. La sombra de sus relaciones había sobrevolado toda la campaña: “Más que las urnas, al Evo le puede acabar perjudicando sus relaciones sentimentales”, comentaba esos días un alto dirigente del MAS.



Poco después de la derrota del presidente, Gabriela Zapata fue detenida por orden del Ministerio de Gobierno. Se le imputaron los cargos de enriquecimiento ilícito y suplantación de identidad. Su detención se realizó con gran demostración de fuerza y trató de limitar su comunicación con el exterior. En este contexto, una tía de la mujer, y luego sus abogados, afirmaron que el hijo de Morales estaba vivo, declaración que estremeció al país. ¿Había mentido el presidente para salvarse de la acusación de tráfico de influencia en la víspera del referendo? Morales hizo saber que Zapata le había pedido ayuda para tratar al niño en Chile, a lo que él accedió, pero más tarde le había informado de que había muerto. En caso de estar vivo, el presidente aseguró que la noticia le alegraría mucho y que aún estaría dispuesto a “recogérselo”. También tomó, a través de sus abogados, una serie de iniciativas legales de carácter personal: pidió a un juez del menor que obligara a la familia a mostrarle a su hijo y acusó a la madre de maltrato psicológico contra el chico. Los parientes de Zapata replicaron que mostrarían al niño, pero ante la prensa internacional y en el momento en que lo vieran conveniente.



Poco después, una hermana de Gabriela Zapata, Paola, señaló que nunca había visto a su supuesto sobrino, porque su hermana se había apartado de ella, su otro hermano y de sus padres. Sin embargo, su declaración ha sido la que más dudas sembró sobre la existencia o no del chico, pese a que también circularon fotos familiares de Gabriela Zapata en las que aparece un pequeño que coincide con la edad y la probable apariencia del hijo de Morales.



Las investigaciones a Zapata, detenida en una cárcel de mujeres, condujeron a dos funcionarios de mando medio del Ministerio de la Presidencia. Según los primeros informes policiales, entre los tres usaban el antiguo despacho de la primera dama -una figura que existía en los gobiernos anteriores, pero que se eliminó con la llegada de Evo al poder- para reunirse con empresarios y funcionarios gubernamentales, presentar a Zapata como “esposa” del presidente y realizar extorsiones, convenios fraudulentos y cobrar coimas. La policía allanó la casa en la que vivía la mujer, que se presentaba como abogada, pero que muy probablemente no posee título alguno. En su única declaración después de su arresto, dijo que está en prisión por la “miseria humana” y que no informaría aun sobre el paradero del niño, porque debía “defender a sus hijos”.

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