Matías Isola

Que Pasa Salta
Un flagelo sin solución

La violencia en el fútbol no es por culpa del cotillón

¿Efectivamente se erradicó la violencia de los estadios? ¿se atacó el problema de fondo, o sólo se aplicaron paliativos? ¿el público salteño se siente más seguro?

Hace un par de semanas, el director de Seguridad de Espectáculos Deportivos, Guillermo Madero, elogió a Salta por las medidas implementadas en los estadios de fútbol, tendientes a erradicar la violencia. La visión del funcionario nacional sirve como disparador de algunas preguntas: ¿efectivamente se erradicó la violencia? ¿se atacó el problema de fondo, o sólo se aplicaron paliativos? ¿el público salteño se siente más seguro?



Hace un par de años, la cúpula del Ministerio de Seguridad estableció una serie de medidas (aún vigentes) para combatir el flagelo de la inseguridad en los partidos de fútbol. Algunas resultaron efectivas, y otras no sirvieron para nada. Desde luego, es saludable que el Estado tenga iniciativa y tome el toro por las astas. Sin embargo, en Salta la situación se fue de un extremo al otro. La prohibición del ingreso de banderas, bombos y papel picado a los estadios parece a esta altura innecesaria. Son elementos que hacen al folclore del fútbol, que brindan colorido a un espectáculo popular sin igual, y que claramente no generan violencia.



No obstante, la aplicación del derecho de admisión a través del sistema biométrico de huellas digitales despierta polémica. No por su innegable aporte práctico y tecnológico como herramienta, sino por su efectividad. Hace poco tiempo, fueron varios los hinchas de Gimnasia y Tiro que sufrieron en carne propia el escarnio y la humillación de no poder ingresar al estadio, sin justificación alguna, y sin antecedentes violentos que ameriten dicho impedimento (las denuncias se multiplicaron en las redes sociales).



Por otra parte, el fútbol salteño presenta hoy en día una particularidad: las peleas son internas, entre facciones de una misma hinchada, y no con barras bravas de otra institución. Esa complejidad, que se impone como un desafío para los organismos de seguridad, debería ser el principal objetivo para combatir. En Salta, los hinchas genuinos lo viven todos los fines de semana con Central Norte y Juventud Antoniana. Dos bandos que se ubican en sectores separados del estadio y que se diferencian en todo (hasta en los cánticos). Una situación difícil de explicar, pero real.



Meter a todos en la misma bolsa o hacer la vista gorda, son dos posturas extremas que no solucionan el inconveniente. Al contrario, lo agravan. Los delincuentes son delincuentes dentro y fuera de la cancha, y deben recibir todo el peso de la ley. Es a ellos a quiénes deben perseguir, y no al hincha común. Para ello deben converger y trabajar mancomunadamente todos los responsables de garantizar la seguridad en los espectáculos deportivos: Gobierno, Justicia y Policía. Y los dirigentes de los clubes, en la medida de lo posible.



La fiesta del fútbol es de todos, y hay que preservarla. Forma parte de nuestra cultura e idiosincrasia. Es necesario garantizar las condiciones para que la familia vuelva a los estadios a disfrutar en paz de un espectáculo inigualable. Está claro que hay que tomar medidas en ese sentido, sin demagogia, sin connivencia, sin lavarse las manos. La violencia en el fútbol no es por culpa del cotillón.

Comentarios

Tucomentario

Nombre

Más de Tiro Libre