Idangel Betancourt

Actor y director
Juez y parte

Arte y barbarie. El secuestro de Ragone y la sustracción de la imagen

Sobre Crónica imposible de un círculo atroz, y el problema de la representación del horror en el arte.

Si tendría que definir la puesta de Crónica imposible… con un golpe de frase a los que son adictos los columnistas anglosajones, diría que es “una obra que le sobra belleza”. Claro, que la inteligencia de estas frases radica en no comprometerse y dejar a todos con el enigma de cuánta belleza en realidad tiene y cuánta belleza le sobra. Sobre todo, si el tema que trata es el terrorismo de Estado y, específicamente, como expresa el grupo en las reseñas, el secuestro del exgobernador Miguel Ragone.



Presentada como danza-teatro, la puesta del grupo La otra vuelta está estructurada en una consecución de imágenes repartidas entre el entorno cotidiano de Ragone (un significante que podría corresponder a cualquier desaparecido, ya que no aparece con claridad la dimensión política del exgobernador) y escenas de resonancias grotescas que aluden al accionar militar. El exterminio organizado se expresa en la metáfora de pilas de zapatos que aluden a su vez a los campos de exterminio nazis. 



La puesta muestra un cuidado pocas veces visto en las tablas salteñas, una elaboración visual de lograda limpieza, pero el ritmo invariable deja sin efecto la posibilidad de contraste entre las imágenes y la tensión esperada nunca aparece. La única intervención verbal que rompe con esta construcción metonímica de lo indecible, es el relato protagonizado por la actriz Paola Delgado. El personaje cuenta la narración de un secuestro, pero la violencia de los hechos narrados palidece ante la voluntad poética que domina la obra. Ni los cuerpos, ni las voces se hacen cargo del horror. Y aquí llegamos a un riesgo que debe sortear toda obra que se propone abordar la memoria y el horror: el trabajo político de la imagen.



La imagen en el arte occidental -salvo excepciones- ha quedado atrapada en un orden estetizante desde donde es organizada tanto por el artista como por el espectador. Desde la famosa frase de Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, la relación entre imagen y horror ha protagonizado no pocas controversias. La posición más dogmática respecto a la imposibilidad del uso de la imaginación ha sido la de Lanzmann, realizador del extenso documental Shoa (1985). Su voluntad doctrinaria ha sido rebatida, entre otros, por el historiador de arte Didi-Huberman, quien realizó un ensayo sobre fotografías de las cámaras de gas realizadas por el Sonderkommando en 1944 en Auschwitz, y que son un testimonio clave del horror.



En la escena argentina, una estocada certera la propicia la puesta en escena que el Periférico de Objeto hizo de Máquina Hamlet, de Müller, en 1995. En ella se usaban imágenes reales y contrastadas de los horrores del siglo XX, sin soslayar el contexto de la Argentina de los 90. Este trabajo ha sido analizado en Arte y terror, nombrar el horror desde el teatro, de M. I. de la Puente.



A partir de esta encrucijada entre arte y barbarie, podríamos preguntarnos entonces, ¿cuál sería la potencia política de la imagen que una obra de danza-teatro podría poner en juego respecto al terrorismo de Estado, sobre el que, pese al trabajo de organismos de derechos humanos, aún subsiste negacionismo? Y específicamente, ¿cómo podría operar la imagen de Ragone, en tanto su envestidura política y víctima de un crimen que pesa irresoluble en el campo de poder político de Salta?



La dificultad que tienen los cuerpos de Crónica imposible… para nombrar el horror, corresponde, a mi criterio, a dos problemas de orden cultural del arte. Primero, como hemos comentado aquí, al problema político del arte occidental, donde no solo la imagen, sino, además, el cuerpo, han sido protegidos por una lectura estetizante. Fuera de Occidente, en cambio, la danza Butó encontró una respuesta física y energética al horror de Hiroshima y Nagasaki, un arte de posguerra, donde el cuerpo se niega a ser raptado en la imagen, porque todo el tiempo está participando del caos.



El segundo problema, es más localizado, y tendría que ver con la dificultad que aún tiene el teatro salteño para trabajar sobre su realidad y poder construir lo que podría ser un “realismo salteño” en términos de elaboración de las tensiones culturales y políticas que atraviesan al cuerpo/los cuerpos que habitan Salta y que a la vez son habitados por la “salteñidad”. Tal vez entonces, podríamos aproximarnos a una imagen de resonancia actual de Ragone, en tanto cuerpo que fue sustraído y que actualiza como significante una violencia que los cuerpos presentes siguen soportando, en un juego de invisibilización.



Hay que apuntar que Crónica imposible de un círculo atroz, es una obra oportuna para el momento de crecimiento que está viviendo el teatro salteño, por la elaboración de la puesta en escena y la conciencia artística que se establece en ella. Oportuna también en su compromiso con la vedad y la justicia.



Hemos tenido la percepción, y hemos querido compartirla, de que la puesta se encuentra con un tema central de la historia del arte contemporáneo, donde la imagen evocadora irrumpe, como un “deber ser” regenerativo, en el símbolo de la ausencia, para que la memoria repare lo que ha sido arrebatado violentamente. El riesgo de este tipo de operación radicaría en creer que la barbarie y lo humano van por sendas diferentes, y que las imágenes del horror o serían irrepresentables por inimaginables, o caerían en lecturas fetichistas. Consideraciones que ponen al arte en un apuro, generando una crisis en su misma esencia: su capacidad imaginativa.

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