Otra cara, misma moneda

Acoso y maltrato en las cárceles de mujeres, otra cara de la violencia de género

Una jueza bonaerense publicó un libro con un severo diagnóstico sobre la situación de las unidades femeninas en el sistema penitenciario; qué dice el gobierno de Vidal.

En las cárceles de la provincia de Buenos Aires se concentra el 70 por ciento de la población de mujeres privadas de la libertad del país. Durante más de veinte años, Graciela Angriman las recorrió a diario y se entrevistó con cientos de presas. Primero como abogada, después como jueza. Este mes publicó un libro de 600 páginas cuyo eje son las historias de las mujeres que viven con sus hijos en prisión; de las que fueron abandonadas por sus familias; de las que sufrieron maltratos y abusos y no pueden denunciarlos.



Ante la falta de información oficial sistematizada, la autora creó sus propios registros en base a su acceso a datos, legajos y expedientes de las mujeres en prisión. De ese trabajo surgió Derechos de las mujeres, género y prisión (Cathedra Jurídica), el resultado de su tesis doctoral bajo la dirección del abogado penalista Maximiliano Rusconi, donde da cuenta de que la mayor parte está presa por delitos menores vinculados a la ley de estupefacientes. De que los programas de reinserción laboral para internas apuntan exclusivamente a las tareas domésticas. De que las mujeres sufren abandono de sus familias y parejas por la lejanía y la pobreza y esto les impide el acceso a productos de primera necesidad. De que temen mandar a sus hijos a los jardines maternales de las cárceles, porque son víctimas de maltrato. De que tienen escaso acceso a métodos anticonceptivos. De que, en cambio, sí tienen llegada a las drogas, pero no a programas de rehabilitación. De que en las cárceles no se impulsa la desnaturalización y prevención de la violencia de género.



Desde el gobierno de la provincia admitieron que existe un déficit de cifras; que se producen carencias de insumos y alimentos; que hay situaciones de acoso y que en las cárceles circulan drogas, pero remarcaron que implementan medidas para prevenir y modificar estas situaciones, publica La Nación.



Por ejemplo, avanzan en la creación de un "legajo virtual único" y en una "encuesta penitenciaria, que permitirá contar con información cualitativa" (aunque no especificaron una fecha) y que "se presta especial atención a la presencia de insumos en los depósitos de las unidades femeninas" (higiene personal, pañales, etc).



Destacaron también casos puntuales la Unidad Penitenciaria N° 33, donde se alojan niños. "Tiene parámetros de calidad superiores, por ejemplo en la carne. No obstante, sabemos que se producen carencias, por ello estamos permanentemente reforzando los controles y asistencias", dijeron.



También confirmaron que la mayor parte de la población femenina se encuentra detenida por infracción a la Ley de Estupefacientes (el 31%). Le siguen en importancia las detenciones por robo (26%); y los homicidios (21%).



Respecto de la preocupación por los jardines, aseguraron que "no hubo denuncias formales"; sobre la falta de acceso a métodos anticonceptivos dijeron que "se difunden programas". Por otra parte aseguraron que tanto oficiales como guardias que tratan con mujeres son otras mujeres; que existen programas de rehabilitación para adicciones voluntarios.



"El poder penal y el de género tienden a reubicar a la mujer dentro de los roles y cualidades fijados por el patriarcado", dice Angriman, a cargo hace diez años del Juzgado Correccional N° 5 de Morón, que recibió una distinción de Buena Práctica de Gestión institucional de la Corte Suprema bonaerense por la implementación de un protocolo de género. "La cárcel fija a fuego y con rejas de hierro las construcciones estereotipadas de género".



¿Por qué van presas las mujeres?



Antiguamente eran encerradas en casas de reclusión por ofensas al poder patriarcal, bajo el mote de locas o prostitutas o por apartarse de los mandatos de género. La mujer siempre estuvo expuesta a mecanismos de control social informal, internalizados por el padre, el marido y distintas instituciones. Su presencia en el ámbito carcelario históricamente fue mínima. Esto empezó a revertirse muy tenuemente cuando la mujer empezó a irrumpir en el mercado laboral después de la Segunda Guerra Mundial y con eso comenzaron a debilitarse los mecanismos de control social informal.



Y en la década del 70 empezó a hacer apariciones más importantes en el ámbito penal, de la mano de los delitos contra la propiedad. El gran cambio fue a partir de la 'guerra contra las drogas', en los 80, que trajo aparejado un proceso de aumento de las tasas de prisioneros en todo el mundo. Esto tuvo repercusiones en la Argentina y en el ámbito bonaerense. De esa guerra contra las drogas, las mujeres son las primeras bajas, porque en lugar de desbaratar grandes organizaciones de narcotráfico, se corta por el hilo más débil. Me refiero por ejemplo a las famosas "mulas".



¿La mayor parte de las mujeres están presas por delitos vinculados al narcotráfico?



Sí, es un fenómeno global que también se manifestó en la provincia de Buenos Aires. Desde 2005 se produce una desconcentración del reparto de competencias para perseguir delitos de tráfico. Entonces la provincia empieza a tomar la persecución de las conductas más leves del tráfico de drogas: la venta al menudeo y la tenencia para consumo. Esto ocurre en 2006. Entre 2007 y 2008 se sienten los primeros efectos y se dispara la población carcelaria femenina. Casi se triplicó en dos años. Como decía la criminóloga Rosa del Olmo, lo preocupante no es la cantidad de mujeres presas, sino la dinámica ascendente de la criminalización de las mujeres. Lo mismo pasa con las mujeres en otras latitudes del planeta configurando componentes estables en el campo carcelario femenino observables en el ámbito local que no son exclusivos de la provincia.



¿Cuál es el perfil de las mujeres presas?



Todas las personas privadas de su libertad provienen de zonas marginalizadas. Pero las mujeres parten de un piso inferior. Por su condición de género y básicamente porque han sufrido intensas restricciones en términos de acceso a servicios de salud sexual y reproductiva. Esto les ha acortado la capacidad de tomar acciones sobre su cuerpo y decidir libremente sobre sus embarazos. Son mujeres que reflejan el tránsito de la feminización de la pobreza a la feminización de la subsistencia. El denominador común es que son mujeres con hijos, que han sido madres a muy temprana edad, lo cual las ha restringido al ámbito doméstico y ha conspirado contra toda posibilidad de promoverse en la esfera pública, estudiar, trabajar, elegir autónomamente su proyecto de vida. Sí, la cárcel está poblada de pobres. Pero las mujeres, antes de entrar a prisión, arrastran cadenas y grilletes mucho más pesadas que los varones. Y esto tiene connotaciones diferenciales en su ciclo en cautiverio.



¿Cuál es el trato que reciben por parte de los agentes penitenciarios?



No es un fenómeno nuevo que la naturalización de la violencia institucional es un componente estructurante en el ámbito carcelario. Pero en particular hay muchas dificultades para detectar, por ejemplo, que el golpe propinado por un agente penitenciario a una mujer tiene un marco de interpretación diferente connotado por el orden patriarcal. La convención de Belem do para y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) han sido muy explícitos al mensurar la violencia de género tolerada o perpetrada por agentes estatales; y también, a generar mecanismos de erradicación y prevención. En las cárceles modernas, las mujeres afrontan situaciones de gravísima violencia física y psíquica. Entre tantos, nosotros documentamos el caso de una mujer que perdió su embarazo a raíz de una golpiza cometida por funcionarios varones. Esto ocurre incluso en presencia de niños. También hay mecanismos más sutiles, de violencia simbólica, de desnudos forzados en presencia de agentes masculinos. Realmente las mujeres no se encuentran en condiciones de debido resguardo de denunciar. En general, toda voz altisonante en el ámbito carcelario puede traer muerte, represalias. Y denunciar malos tratos es firmar una sentencia ante la falta de dispositivos que garanticen la vida. La denuncia promete mayor nivel de represión para las mujeres por haber desafiado al poder masculino, será más disruptivo porque se apartan de la imagen de "mujer sumisa" construida por la normatividad patriarcal. Si denunciar episodios de violencia de género es muy arduo para las mujeres en el mundo libre, por el alto grado de descreimiento, prejuicios y demás, la dificultad aumenta con creces en prisión por las condiciones de aislamiento que enfrentan las mujeres, que las lleva a escarbar el piso de las prisiones para que sus denuncias, su voz, puedan llegar a buen puerto.



¿Los agentes no deberían ser otras mujeres?



La dirección de los penales femeninos, por ley, corresponde a la mujer. También se prohíbe el contacto de mujeres detenidas con funcionarios varones. Esto se remonta a las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos de Naciones Unidas de 1955 donde la Argentina, a través de la voz de Roberto Pettinato padre, un gran penitenciarista, tuvo un rol notable. Pero eso no se cumple siempre. De hecho, en la provincia hay comisarías de hombres, donde hay mujeres alojadas o dependencias policiales destinadas a mujeres detenidas bajo la autoridad de comisarios hombres. Esto lo vemos con no poca frecuencia y buscamos corregirlo a través de las inspecciones.



¿Cómo es la situación de una madre en prisión?



Por un lado están las mujeres que viven con sus hijos muy pequeños, hasta los 4 años. Esto realmente es una carga pesadísima inédita para el hombre. La maternidad en prisión está desprovista de políticas de guarda serias, de la implementación de redes de cuidado para que las mujeres puedan participar en paridad de condiciones con los hombres de las prestaciones tratamentales. Si son mujeres con hijos e hijas menores de 4 años, están abocadas por completo al cuidado de sus chicos. Una mujer no va a poder estudiar en prisión, ni hacer tareas de formación laboral porque no tiene a quién confiar el cuidado de sus hijos.



¿Hay jardines maternales?



Muy pocas mujeres detenidas permiten que sus hijos vayan, porque no tienen garantías equiparables a las que tenemos las mujeres libres. Muchas de las que entrevisté se quejaban porque decían que su hijo había venido con el cuerpo paspado, o golpeado y no podía tener un intercambio con el docente, que es indispensable. Una mamá de una nenita chiquita me mostraba cómo tenía que sacarle los el gorgojos al arroz de su hija. No tenía otra cosa para darle. Otra de las demandas más sentidas de las mujeres, es la asistencia médica para sus hijos en prisión. Han habido muertes por bronquiolitos. Sobrevivir a la prisión es extremadamente difícil, y criar a seres tan frágiles, niños, niñas tan chicos, una proeza. La maternidad en prisión es una carga muy pesada que los hombres presos desconocen, es un castigo adicional.



¿Qué pasa con las mujeres que no viven con sus hijos?



Hay una regularidad en las cárceles provinciales que es verificable también en las de la región e incluso las europeas: cuando la mujer entra en prisión sufre el abandono de sus parejas. Estadísticamente, esto no pasa en las cárceles masculinas. En Devoto, en Ezeiza, los días de visita se observan las extensas filas de mujeres que les llevan alimento, y medicación y atención a sus parejas hombres y a sus hijos presos. En una cárceles de mujeres la realidad es opuesta. En los días de visita, las cárceles están desiertas. Sufren abandono. Y ese abandono lleva a la desvinculación con sus hijos que están fuera de prisión.



¿Por qué las abandonan más que a los hombres?



Sus parejas hombres las abandonan ni bien ellas ingresan a prisión, es una constante de las cárceles a nivel mundial, adjudicable probablemente a la crisis de la pareja heteronormada. Desde un plano más general el abandono que sufre de la mujer de sus afectos, está vinculado con la escasa infraestructura carcelaria disponible y su dispersión geográfica. La cárcel como institución de la modernidad nació pensada para el hombre. Los presidios de mujeres surgieron como anexos, espacios remanentes, simplemente se replicaron. En la provincia de Buenos Aires hay aproximadamente 54 cárceles, de las cuáles tan sólo 12 alojan mujeres. En una superficie con un territorio tan vasto como el de la provincia, las mujeres son condenadas a una pena de destierro. Trabajo en Morón y he tenido mujeres privadas de libertad que estaban alojadas en cárceles de Bahía Blanca. La cárcel de mujeres más cercana es la de Los Hornos. Si se evalúa esta variable dentro del malogrado contexto socioeconómico de sus familias, se explican las imposibilidades económicas para visitarlas. Y esto produce aislamiento, que lleva a la rotura del vínculo. La mujer privada de libertad no sólo pierde su libertad ambulatoria, sino a sus hijos. Y eso ellas lo viven como una angustia extrema. Sienten, como me dijo una, que "dejan caer" a sus hijos.



¿Cuáles son las consecuencias de este abandono?



El aislamiento por la dispersión geográfica trae deterioro material y psíquico. Las mujeres en prisión sufren de peores condiciones habitacionales porque sus principales proveedores son los familiares. Y como no reciben visitas, se ven privadas de los insumos básicos para su subsistencia como alimentos, artículos de higiene, vestimenta y tarjetas de teléfono. Otra consecuencia de la dispersión es que están alejadas de los juzgados, y esto produce restricciones en la tutela judicial. Sobre todo en los casos de violencia de género institucional. Es difícil que sus peticiones atraviesen el muro de la prisión y la distancia que las separa de los tribunales.



¿Por qué dice que sufren discriminación?



El programa carcelario de reintegración social se reduce a actividades netamente domésticas, que no sólo las reconducen a la esfera de lo doméstico en la que estaban, sino que les impide reducir la condición de vulnerabilidad que las colocó en prisión. Los hombres, en cambio, tienen acceso a una educación de mayor calidad, a capacitaciones y formaciones laborales en computación, en mecánica, panadería, talleres de distintos tipos. En cambio, a las mujeres se les enseña limpieza, costura, cocina. El poder penal y el de género tienden a reubicar a la mujer dentro de los roles y cualidades fijados por el patriarcado. La cárcel tiende a fijar a fuego y con rejas de hierro esas construcciones estereotipadas mediante la sobrevaloración de la función de la mujer en la maternidad, y a introyectar una autopercepción como ser sometido.



¿Las madres tienen una mejor situación en prisión que las mujeres que no lo son?



Eso es un gran mito. Bajo el patriarcado siempre se concibió que la mujer que no es madre, no es mujer. Y eso se ve reproducido en la prisión, porque se genera un esquema de jerarquizaciones donde hay dos agrupamientos: las mujeres madres y las no madres. En general, todas son madres. Pero están las madres con hijos residentes con ellas, y las que no. Entonces se agita en el plano simbólico la propagandización de los beneficios que tienen las madres con hijos en prisión. Se predica que tienen pabellones especiales, que tienen mejor alimentación, que puede haber algún médico las 24 horas. Estos mal llamados "beneficios" son una trampa, porque llevan a que las mujeres incorporen ese orden estamental, de acuerdo al cual ser madre constituye y no serlo excluye.



¿Tienen acceso a métodos anticonceptivos?



El acceso es escaso y como tienen visitas masculinas, continúan prolíficamente su carrera de embarazos no deseados. A pesar del deber de los servicios penitenciarios de proveer educación sexual reproductiva y de los insumos para evitarlos.



¿Qué es el "mito de la buena madre"?



Los hombres son evaluados por las juntas penitenciarias en función de los reglamentos carcelarios. Las mujeres también, pero se les agrega si han cumplido debidamente el rol materno y si tienen condiciones para cumplirlo. Yo hice un relevamiento de los dictámenes y muchas veces se les retacea la prisión domiciliaria bajo el pretexto de que no serán buenas madres por su adicción a las drogas. Lo cual interroga, más que a las madres, al sistema penitenciario. Porque esto significa que durante el tiempo que estuvieron presas no les ofrecieron asistencia a las drogas. Y que hubo acceso a las drogas en prisión. Por otro lado, hay resoluciones que pronostican que no serán buenas madres por su entorno social, porque regresan lugar que generó las condiciones de vulnerabilidad que las llevaron a caer en las redes del sistema penal.

Comentarios

Tucomentario

Nombre

Más de Argentina