Agustín Pérez Marchetta

Sociólogo
Debate abierto

Chocobar y Kukok: vivir para matar o matar para vivir

Turismo, delincuencia, violencia física e institucional, múltiples variables se entrecruzan en este caso.

En estos días trascendió la noticia sobre un robo en la Boca al turista Joe Wolek por parte de Juan Pablo Kukok y otra persona no identificada. Para sacarle la cámara de fotos y ante la resistencia de Joe, los delincuentes le asestaron varias puñaladas. El policía Oscar Chocobar vió la escena, persiguió a Juan Pablo, dio voz de alto y al no obtener respuesta decidió dispararle dos tiros por la espalda. El juez dictaminó un embargo para el policía bajo la carátula de homicidio por exceso de la defensa legítima. Juan Pablo Kukok murió.



En este caso se cruzan múltiples variables: turismo, delincuencia, violencia física e institucional y fuerzas de seguridad. Sin pretender juzgar a ninguna de las partes, realizaré un abordaje sociológico buscando sopesar las dimensiones y perspectivas en torno al caso en particular.



Primero hay que señalar que, desde la dictadura militar hasta estos tiempos, las fuerzas de seguridad han estado en el ojo de la tormenta, ya que una parte importante de organismos de derechos humanos y la ciudadanía encuentran en su accionar violencia institucional: al ser la policía la fuerza que debe proteger a toda la población se encierra en una paradoja, ya que si ella falta a su función no hay una fuerza superior que vigile y controle su accionar. En una capacitación de Sedronar en 2015 a referentes comunitarios en la cual participe, una de las policías comunitarias nos decía que era muy difícil sostener una política de derechos humanos dentro de la fuerza ya que muchos compañeros se referían a pibes de barrios humildes como "plaga". Teniendo esta punta del iceberg a flote, cabe preguntarse ¿que tipo de formación imparten dentro de las escuelas de cadetes? ¿Quien supervisa las perspectivas y roles de los policías durante su función?



A su vez al interior de las fuerzas policiales sucede una paradoja: los entrenan todo el tiempo para posibles enfrentamientos en los que si se dan, por tener el monopolio de la violencia legítima, deben usar la menor fuerza posible para no atentar con la integridad física y los derechos humanos de las personas. Esto genera una gran tensión en las fuerzas, produciendo proyecciones y alucinaciones que rozan lo psicótico. 



Otra parte de la sociedad, impulsada por paradigmas de (in)seguridad, temen por sus vidas y la de sus seres queridos. Siendo sectores que alcanzaron (o creen haberlo hecho) cierto estatus social y económico, observan a los desclasados, pobres, excluidos, parias urbanos diría Wacquant, como uno de sus principales enemigos, encontrando en el accionar policial cierto alivio simbólico y real. Para decirlo en otras palabras, el mensaje (que circula por las redes digitales y los imaginarios sociales)  es así: yo me rompí el culo toda mi vida para tener lo que tengo, me parece muy bien que maten a ese negro que busca robar mis pertenencias.



Por otro lado hay una trayectoria invisibilizada: la del delincuente. ¿Qué pasó en la vida de Juan Pablo Kukok para llegar a la situación de tener que oficiar de la profesión de ladrón para subsistir día a día? ¿Cuál fue su trayectoria familiar, educativa, laboral para tener que realizar una actividad ilegal, criminal, que acabo con su vida? Estas preguntas difícilmente se las hace la población y los medios en general, ya que dan por cierto su carácter de delincuente, avalando la desviación que viene de antemano diría Becker, sin problematizar qué nos está pasando como sociedad para que ciertas personas se vean precipitadas a robar para garantizarse su subsistencia cotidiana.



La preocupación aumenta cuando vemos que el poder ejecutivo recibe al policía que abuso de su defensa legítima como si fuera un “héroe”. Quizá se está olvidando las autoridades nacionales que uno gobierna para toda la población, no solo para quienes los eligieron democráticamente. Quizá le conviene al gobierno nacional que haya una guerra simbólica declarada de pueblo contra pueblo, para que no se vean los estragos económicos y sociales que vienen sucediendo desde el 2015 en adelante y cada vez salpican más nuestras realidades cotidianas.



Tanto kukok como chocobar son salteños. Como escribiera hace un tiempo son las dos caras de una misma moneda. Una calle los separa. El sistema perverso y cínico tiene destinos para los que viven en los márgenes: si te portas bien, te da un arma que no podes usar, y si te portas mal, te mata.

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