¿La viste?

La devastadora carta de la joven que fumó porro 6 años hasta que "despertó"

Desde los 16 fumaba todos los días. Contó toda su experiencia personal.

Hace seis años, más o menos, que empiezo el día con el mismo mantra: abro los ojos después de una larga pelea con el botón del despertador y me digo a mí misma que esta mañana no voy a fumar maría. Por lo general, a este mantra le sigue una promesa sincera de pasar el día escribiendo en lugar de perderlo en una nube por estar fumada.



Me repito este mantra con vehemencia mientras me arrastro fuera de la cama y me dirijo a la estantería blanca en la que guardo mis más preciados tesoros. Allí tengo un medallón negro y dorado que perteneció a mi abuela. Sobre la estantería hay una pequeña figura de un elefante con joyas incrustadas, regalo que me trajo mi mejor amiga de uno de sus viajes. La figura tiene un compartimento secreto que alberga una piedra de jade rojo. Según Ashley, el jade rojo ayuda a superar la duda y el miedo.



Junto con el medallón, el elefante y el jade está mi pipa de cristal azul. Mientras susurro las últimas palabras de mi mantra, cojo la pipa y la lleno de maría. Luego me siento en el borde de la cama y fumo "solo un poco".



Como decía, llevo unos seis años fumando hierba nada más levantarme, pero realmente fumo a diario desde los 16, y en un par de semanas cumpliré los 27.



Si tengo oportunidad, fumo tres veces al día: una por la mañana, otra por la tarde y por la noche me hago entre uno e infinito petas, en función de la cantidad de maría que tenga. Fumo para sobrellevar las partes más aburridas del día: tareas fastidiosas como hacer el desayuno, ducharme, hacer recados y caminar al trabajo.



Hay días en los que ni siquiera me coloco fumando, sino que trasciendo a otro estado. Aunque es verdad que no soy tan productiva, soy lo que llamarían una fumeta operativa: soy capaz de leer, escribir, conducir, hacer tareas y mantener conversaciones mientras estoy con el globo. El único problema es que generalmente no me apetece hacer ninguna de esas actividades.



Pese a todos esos mantras, he tirado a la basura muchas tardes por estar fumada y es innegable que mi trabajo también se ha resentido. ¿Será cierta esa leyenda de que el consumo crónico acaba afectando a la motivación? Para mí, un día productivo consiste, como mucho, en enviar un par de emails, trabajar unas pocas horas en mi supercurro a tiempo parcial y pasar un par o tres de horas escribiendo. Caso práctico: la publicación de este artículo fue aprobada hace más de un año. En lugar de escribir, suelo pasarme la jornada fumada, viendo porno guarro en Pornhub y comiendo galletas con sabor a queso. Cuando quiero darme cuenta, ya es VIERNES y, claro, me merezco un descanso después de una semana de locos.



Me repito una y otra vez que no pasa nada, que mi vida no es tan deprimente. Tengo un máster, trabajo como escritora, pareja, amigos y un bonito piso cerca del metro. Me lavo (a veces)... Entonces, no puedo ser un fracaso total, ¿verdad? Está claro que no soy adicta.



Cuando iba al instituto hice un curso de psicología y mi trabajo de final de curso trataba sobre si la maría era o no adictiva. Mi objetivo era encontrar datos científicos con los que refutar a todos los cortarrollos listillos que aseguran que fumar hierba afecta a la inteligencia. Y encontré lo que buscaba: la maría no produce adicción física, pero sí adicción psicológica, lo cual quiere decir que puedes llegar a convencerte de que la necesitas. Pero eso no significa que no se produzcan cambios físicos en el cerebro. Algunas instituciones sanitarias, como el Centro para las Adicciones y la Salud Mental de Toronto, afirman que el consumo de maría puede alterar la motivación y que los que dejan de consumirla pueden sufrir pérdida del apetito, ansiedad y otros efectos secundarios. Vamos, que sí que es adictiva.



Yo siempre he negado categóricamente todas esas afirmaciones. Es solo una planta, totalmente inocua. Me convenzo de que es una medicina. No puedo ser adicta a ella.



Entonces, ¿por qué esta pequeña planta inofensiva que el ser humano lleva miles de años fumando es capaz de controlar mis actos?



Ahora estoy en posición de admitir que he sufrido adicción psicológica a la maría durante más de diez años. Si me entraba hambre o sueño, si quería relajarme, divertirme, olvidar una experiencia horrible, practicar el autoamor, hacer recados de cualquier tipo, ver la tele o inspirar mi creatividad, fumaba.



Fumar alivia cualquier tipo de dolor que sienta, me ayuda a olvidarme de los problemas, hace que el grupo Sublime sea pasable musicalmente hablando y es la cura definitiva para las resacas.



En mi caso, estos últimos años los efectos negativos de fumar hierba han empezado a superar a los positivos. Dicen que la maría te hace un poco más tonta. Pues la verdad es que a mí ha empezado a fallarme la memoria. Cuando estoy fumada se me ocurren infinidad de ideas increíbles para los artículos (sí, sí, ya sé, es lo que dice todo fumeta, pero es que ES VERDAD). Por supuesto, todas esas ideas se evaporan con la misma rapidez con la que se materializaron. Mi antaño profuso léxico se ha visto mermado, y con él mi autostima. Ya no soy capaz ni de deletrear una puta palabra. Tampoco tengo esa capacidad de respuesta rápida que recuerdo haber tenido una vez. Me he vuelto paranoica y nerviosa y he perdido por completo la capacidad de prestar atención. Tengo una coordinación de mierda y me aterra hablar con los dependientes de las tiendas (¿qué pasa si notan que voy fumada?).



La ansiedad causada por el consumo de hierba ha empezado a dominar mi vida. ¿Cuándo y dónde voy a volver a fumar? ¿Me dará tiempo? ¿Huelo a porro? Seguro que sí. Mierda, me voy de la ciudad para visitar a mi familia, ¿cómo voy a pillar algo? ¿Me llevo un poco? ¿Y si hay perros en el aeropuerto? Mejor le mando un mensaje a mi hermano y le pido que me consiga un poco.



He empezado a fumar incluso cuando no me apetece. Se ha convertido en un hábito mecánico, como cepillarme los dientes. Cuando fumo, me suben las pulsaciones y de inmediato empiezo a estresarme por todo lo que debería estar haciendo. Del mismo modo que me prometo a mí mismo que no fumaría por la mañana, he empezado a hacerme otra promesa justo antes de prepararme un porro. Un porrito más, me digo, y se acabó. Y ya está. Y ya no llamo más a mi camello. ¡Terapia de choque! Empiezo a dar cada vez menos caladas, recogiendo las chinas para no quedarme sin. Luego llega un día en que toco fondo y acabo rascando la resina de la pipa azul, mezclándola con las chinas que había rescatado y fumándomelo todo mientras le mando un mensaje a mi camello. Durante el año pasado en varias ocasiones me he gastado los últimos 20 dólares que tenía en maría, en lugar de hacer la compra básica. He llegado a vender ropa en tiendas de segunda mano y, nada más salir, gastarme el dinero en hierba.



Mis amistades han empezado a preocuparse, señal inequívoca de que hay un problema de adicción. Muchas veces he cancelado los planes que tenía por estar demasiado fumada para salir de mi casa. La gente con la que me veía un par de veces por semana dejó de mandarme mensajes porque, al parecer, se cansó de que llegara tarde sistemáticamente (y también porque nunca era capaz de recordar las historias que me habían contado la vez anterior). Siempre me he preocupado por estar en forma y comer sano, pero he empezado a engordar porque paso la mayor parte del tiempo viendo Netflix y comiendo patatas fritas con queso Philadelphia. Ah, y me olvidaba de la comida para llevar.



Buf, he llegado a pensar, soy un tópico andante. Además, ¿qué edad tengo? Creo que los veintisiete es una edad tan buena como cualquier otra para empezar a sentar cabeza.



Durante estos últimos tres años he empezado a oír las mentiras que a duras penas enmascaran mis excusas. He estado fumando pese a no gustarme. Todo el día. Si no me parece mal la cantidad que fumo, ¿por qué me paso el tiempo quejándome sin parar de las cosas que no consigo? ¿Por qué me justifico a mí misma por no escribir? Es como si estuviera rogando a mi ser interior que perdone los pecados de mi yo exterior.



Pero hace seis meses, un día que estaba de visita en casa de mi abuela, llegó el principio del fin de mi adicción voluntaria. Me puse a fumar en su casa mientras dormía.



"Sé cómo huele la maría", me dijo por la mañana, con una expresión de tristeza y los ojos entrecerrados. "Mírate. Ni siquiera eres capaz de llevar un horario normal. Ya es hora de que pongas orden en tu vida". Por supuesto, al principio pensé que era una zorra y que no debería meterse donde no la llaman. Siempre reaccionaba de esa forma cuando me decían que lo dejara. Odio pueril. Rabia. Negación.



Hace tres semanas, un día antes del equinoccio de primavera, decidí que por fin estaba preparada para saber qué pasaría si lo dejara. Había terminado la hierba que me quedaba y no había llamado a nadie para solucionarlo. Hay muchísimas razones por las que la gente deja la maría. Yo estaba cansada de sufrir paranoias y ansiedad y de ser tan poco productiva. De la holgazanería. Siempre había tenido miedo de dejarlo porque me preocupaba no saber qué hacer conmigo misma, pero había llegado el momento.



¿Cómo me siento hasta ahora? Sorprendentemente bien, en comparación con cómo pensaba que me sentiría. Esperaba sentir más ansiedad, notarme más irritable y con náuseas al menos unas semanas. Afortunadamente, no estoy más insoportable de lo habitual y mis nervios están en mejor estado que cuando fumaba todo el tiempo. Me ha disminuido el apetito considerablemente, pero eso lo considero un punto positivo, porque quiero perder peso.



No pretendo anunciar mi nueva forma de vida sana a bombo y platillo porque sería una zorra hipócrita y farisaica. Es solo que me sorprende ver qué cantidad de problemas que tenía antes se han resuelto dejando de fumar. Ahora intento ver más a menudo a mis amigos. Últimamente incluso he hecho nuevas amistades, porque ya no me aterroriza hablar con la gente. He enviado ideas para nuevos artículos. Siempre he sido de las que le pedía al universo que me diera más horas al día. Ahora tengo más tiempo para escribir, cocinar y leer.



No me malinterpretéis: no es que solo haya un camino, el de la abstinencia de maría. No estoy predicando una vida de sobriedad para todos. Me sigue gustando la hierba, y la echo de menos. La única diferencia es que ahora yo soy la que tiene el control. Podré volver a disfrutar la sensación de estar supercolocada otra vez, algo de lo que tengo muchas ganas.

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