El peor final

Tiros, pedreas y amenazas, la antesala que rodeó la muerte del barra de Central

En una charla exclusiva con Tiro Libre, la madre del hincha asesinado habló de todo: desde los vicios que tenía su hijo hasta de la rivalidad de los barras. Entre lágrimas, brindó detalles de aquella fatídica tarde.

El pasaje Saravia es, por estas horas, la imagen de la desolación. Poca gente transita por calles que, hasta ayer, mostraba vidrios de puertas y ventanas rotas por la pedrea, manchas de sangre que lucen sobre el asfalto como si fueran tatuajes del espanto. Sergio Canavides fue arrastrado de sus pies, moribundo, cual si fuese un trofeo de guerra que cobraron sus agresores.



Mirta es la mamá de Sergio, y antes de abrir la puerta pegunta con un hilo de voz: “¿Quién es?” El portón se abre despacio, y se puede ver en el el impacto de dos balazos. “Son las amenazas que nos daban los de la 11. Pero estas marcas son viejas, porque este enfrentamiento viene de años”, explica la mujer antes de invitarnos a pasar para la entrevista.



“Mi hijo no era un santo, tenía sus cosas”, contesta ante la pregunta del recuerdo que tiene de Sergio. “El tomaba, se drogaba, y no nunca lo pude sacar de eso a pesar de los esfuerzos. Le decía que piense en sus hijos, que lo haga por ellos, pero no había caso. Pero no era dañino, ni malo. Era buen hijo, buen hermano y buen padre. El dejó un hijito y otro que viene en camino. Nunca le hizo daño a nadie”, relata con valentía, sin caer en el lugar común de las madres que, en casos como éstos, tapan defectos.



La mirada se le humedece y sigue el relato del dolor. “Ese domingo mi hijo se fue a comer en la esquina (12 de Octubre y pasaje Saravia), y pasó este tipo (se refiere a Ale Mamaní, el principal sindicado), que insultó al grupo en el que estaba mi hijo. Se fue y regresó en un auto con otros tipos de la 11. Allí no se bien lo que pasó, porque Mamaní se cayó y le pegaron, hasta que los separaron pero al rato volvió acompañado de un grupo como de 15 personas”, explica la mujer.





Y allí se desencadenó la tragedia, la que todos conocen: gritos, cuchillos, palos y hasta pedazo de cordón de la vereda que hirieron de muerte a su hijo, que fue llevado en el auto de un vecino al hospital ante la ausencia de ambulancia. “La policía vino como a la hora y media recién”, agrega el vecino que llevó al hospital el cuerpo moribundo de Sergio.



Y vino el calvario para la mujer. “El policía que me tomó la denuncia quería que le explique donde jugaba Central Norte aquella tarde, y cuando le dije que era Rosario de la Frontera me cuestionaba. ¿Cómo va a jugar allá y el lío lo arman acá?, me decía”.



También acusó a la policía de proteger a los de la barra La 11 y castigar a los de La 12, a la que pertenecía su hijo. “Los policías vienen cuando hay lío aquí, pero cuando lo hacen los otros ni aparece”, se queja.





“Mis vecinos me dicen que me vaya de aquí, pero no quiero, esta es mi casita, aquí estuvimos toda la vida con mi esposo (fallecido hace cuatro años) y no tengo por que dejarla. Ahora tengo miedo porque dijeron que van a volver y no nos vamos a salvar. A mi otro hijo le gritaban esa tarde que no lo mataron porque te salvó tu vieja, porque yo salí a defenderlo a mi hijo y ellos no me dejaron arrimar. Fue muy feo ver como lo golpeaban y yo sin poder hacer nada”, manifiesta entre llanto de desahogo.



Y cierra la charla con un llamado a la cordura: “Los amigos de mi hijo dicen que se van a vengar su muerte, que lo van a agarrar a los otros, pero yo les pido por favor que no hagan nada, no quiero ver más sangre en mi barrio por Dios”. Y seca las lágrimas que humedecen su mejilla.



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