Las brujas y el fútbol

El día que Patoruzú le hizo “la guita” al Santo

Un hombre se presentó vestido como el indio argentino de la popular historieta para “limpiar” al club de los malos resultados. Los directivos pagaron por adelantado el “trabajo”, pero resultó peor el remedio que la enfermedad. ¿Cómo terminó esta historia?

En la B Nacional Juventud tuvo más apagones que faroles encendidos. Todos saben como fue el final de ese periplo: terminó en descenso después de varias temporadas de sufrimiento.



El episodio que vamos a contar tuvo como escenario el estadio Padre Martearena. Juventud venía a los barquinazos y no podía salir del atolladero. Los malos resultados se hicieron carne en el equipo, que no podía levantar cabeza de ningún modo.



Ante la malaria, cualquier ser humano intenta lo que esté a su alcance para mejorar, y más si se trata de fútbol. Esto lo saben los de adentro, y también los de afuera…



Una noche de viernes jugaba Juventud con Quilmes, en el Martearena. En la zona de plateas se juntaban directivos, allegados y los hinchas más “enfermos”. Allí debatían y cada uno daba su punto de vista. Hasta que irrumpió en la charla un pintoresco personaje, quien al saludo de “buenas noches”, entró fácilmente en la conversación.



A decir verdad, era imposible pasar inadvertido con semejante vestimenta: pantalones tipo bermudas de color marrón un poco más debajo de las rodillas, camisa verde mangas largas y encima un poncho salteño. En su mano derecha portaba un bastón “natural”: una rama seca en forma de víbora con adornos en su extremo, y en su cabeza una vincha con plumas multicolores.



“Soy el cacique del bien”, dijo con voz firme el robusto personaje, de unos 120 kilos desparramados en su casi 1,80 de estatura. “Vine a darles una mano porque a ustedes le hicieron un trabajo para que desciendan”, aseguró.



Los presentes, que hicieron un círculo a su alrededor, miraban incrédulos unos, otros le daban crédito, mientras que cuatro o cinco se fueron del lugar ante la pinta de “chanta” que tenía el particular personaje. “Yo les cobro la voluntad, pero les aseguro que los voy a dejar limpio de todo mal”, sentenció.



El que cree en estas cosas, también está convencido que, mientras más grande sea la propina, mas fuerte será el efecto del trabajo. Entre todos hicieron un bolsillo, y hasta el propio Miguel Isa se anotó con unos pesos. Lo cierto es que, al valor del peso actual, habrán juntado cerca de 3 mil pesos y se lo dieron al cacique que puso una condición: tener la plata antes que empezara el partido así tenía efecto esa misma noche.



Una vez con el dinero en su bolsillo, el cacique entró el campo de juego con tribunas todavía despobladas Extendió su poncho en el arco sur, y arrodillándose en él invocó vaya uno a saber a qué espíritu futbolero que anduviera cerca, mientras que con su bastón hacía las veces de una escoba que barría todo los males. Luego de un par de minutos se fue hacia el otro arco y repitió el mismo ritual.



“Ya está, estaban bastante cargados, pero a partir de ahora todo va a cambiar”, les dijo a los directivos minutos antes del inicio. Acto seguido pidió un palco para ver el partido. Y le dieron uno en un sector privilegiado.



Y comenzó el partido, señores. Quilmes de un lado, Juventud del otro. Y así se sucedieron los goles: 1, 2, 3, 4… pero todos para el Cervecero, que aquella noche goleó 4 a 0. Un par de hinchas, de esos calentones, preguntaron por el cacique. “Está en el palco de medio”, le dijeron. Y hacia allá fueron, pero lo único que encontraron fue una botella de gaseosa vacía y una caja de pizza con la que el cacique sació su hambre y, para redondear la historia, cargó a la cuenta de los dirigentes.



Y así culmina la historia, que dejó una moraleja: los buscas están en todos lados, hasta en las tribus donde reina un tal Patoruzú, autodenominado el “cacique del bien…”.

Comentarios

Tucomentario

Nombre

Más de Tiro Libre