Conmovedor

[FOTOS] La historia del argentino que vive desde hace 40 años en una cueva

El hombre tiene 79 años, come lo que caza y se abastece del agua que hay en un arroyo cercano.

A las 3 de la mañana comienza el día de Pedro Luca con el canto de las gallinas. Cuando tiene hambre, sale a cazar a la selva, y para abastecerse de agua, se acerca a un arroyo que está a 50 metros de dónde vive. Tiene 79 años y su casa es, desde hace cuarenta años, una cueva ubicada en las montañas, a más de 100 kilómetros de San Miguel de Tucumán. "Nunca me pregunté por qué decidí vivir acá. Mi familia son los bichos", cuenta.



Según publicó La Nación, su jornada comienza cuando se despierta por el coro de gallinas, tras dormir sobre una cama armada con capas de ropa usada y colchones protegidos por plástico. Apenas iluminado por velas, su día comienza cuando aviva la fogata de su cueva con la leña seca.



"El fuego es mágico, siempre prende'', relata a la agencia internacional de noticias AP. En su cueva, todo gira alrededor del fuego que impregna de humo las ropas y deja una capa negra en el techo y las paredes de la caverna.



Después de desayunar mate con bollos, Pedro Luca inicia su aseo personal: se empareja el bigote con la navaja, afila sus uñas y envuelve la cara con una bufanda: se pone el sombrero y sale a caminar las tres horas hasta el pueblo. "Compro velas, harina, levadura y maíz para las gallinas'', relata.



Cuando tiene hambre, sale a cazar con su escopeta o sus trampas o desciende a las montañas, que se encuentran a 1.100 metros de altura. Y realiza con frecuencia las tres horas de camino entre la selva donde vive y la ciudad más cercana para llegar a las pequeñas tiendas de San Pedro de Colalao, una población turística situada a 120 kilómetros de San Miguel de Tucumán.



Se abastece de agua en un arroyo situado a 50 metros detrás de su caverna. "Es el agua más pura, la más rica de todas'', asegura.



Los animales son su mejor compañía: vive junto a 11 gallos y dos cabras a las que suelta en el monte y regresan por la noche. A veces se encuentra con animales que han dormido cerca de él, protegiéndose de los pumas y tigres que merodean la zona.



"Yo no le tengo miedo. A veces he despertado con víboras de dos metros debajo de la cama'', señala.



Su único contacto con la tecnología es una radio portátil que lo acompaña sólo de vez en cuando, cuando la señal de una radio lejana logra atravesar las montañas.



Una pensión mensual de 1500 pesos recibida por correo y la ayuda de lo que le provee la naturaleza, le alcanza para vivir.



 





 





 





 





 

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