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“La bolsita”, el delito que enloquece a los gitanos

Así llaman a los secuestros virtuales. Dicen que aprendieron a practicar esta modalidad en la cárcel.

En la jerga gitana, a los secuestros virtuales se los llama “la bolsita”, porque los botines siempre se entregan en bolsas. En los últimos años, en cada encuentro, cumpleaños o velatorio se escuchan frases como: “¿Vos también andás con ‘la bolsita’?”; “Este se salvó con ‘la bolsita’”; o “Gracias a ‘la bolsita’ Fulano compró una flota de autos 0 kilómetro”.



En Argentina el delito, o la estafa mejor dicho, comenzó en las cárceles. La leyenda dice que algunos gitanos habrían visto y escuchado cómo los hacían “los criollos” (como ellos les dicen) y comenzaron a copiarlos ni bien recuperaron su libertad. Con el tiempo y las leyendas de sumas importantes ganadas a partir de un simple llamado telefónico, se sumó más gente: desde gitanos que nunca antes habían delinquido hasta viejos ladrones “criollos” que se encontraron con un negocio mucho más rentable que robar un banco o cometer un secuestro exprés.



“Los gitanos vinculados al delito siempre se caracterizaron por hacer cuentos del tío”, le cuenta a Clarín una fuente judicial. “La bolsita” es uno de ellos. “En el mundo del delito los cuenteros son los que más dinero recaudan”, agrega la fuente.



“Empezaron ‘los pibes’”, cuenta Gabriel, un gitano que acepta hablar con Clarín. Cuando dice “pibes” se refiere a los que robaban casas engañando abuelas. “Pero después se hizo moda y se expandió; entre los que nunca habían hecho nada malo, también”.



Gabriel dice que conoce gente de su colectividad que pasó de no tener para comer a andar en camionetas de 600 mil pesos. Que hay hombres y mujeres que no saben leer ni escribir y se han encontrado con millones de pesos gracias a “la bolsita”. Que hasta los menos respetados se ganaron fortunas haciéndolo. Que algunos gitanos con buen pasar económico e ingresos legales también se animaron y también les fue bien. Que están los que lo hicieron de “aburridos”. Que hay familias enteras en el asunto: los padres haciendo el llamado y el engaño y los hijos, por lo general menores, yendo a buscar “la bolsita”, siempre en autos legales.



La modalidad nace con una computadora y una consulta a alguna guía telefónica. Allí figuran nombres, teléfonos y direcciones. Llaman desde una casa, estando comunicados con dos personas que andan en un auto en una zona pactada. Cuando una víctima “pica”, los cobradores están cerca. Llegan y, mientras sus cómplices hablan, les escriben la casa del engañado, para que usen esos datos y los asusten aún más. También hay bandas que hacen el trabajo desde un auto. Marcan estando a la altura de la puerta de la víctima, llaman, engañan y cobran. Siempre de madrugada, para sorprender.



Los más pensantes invirtieron el dinero en casas y autos. Algunos llegaron a llenar un galpón con autos comprados con “la bolsita”. Los festejos son en familia: comiendo en restoranes árabes y disfrutando de shows en vivo de bailarines de flamenco. Bebiendo en exceso y peleándose entre ellos por pagar la cuenta de todos.



Los celulares, para no ser interceptados por la Policía, tienen poca vida útil. Se usan varios por noche y se tiran al fin de la jornada. Cuando se expandió y comenzaron a salir informes y cada vez era más difícil concretar la estafa en la ciudad y el Gran Buenos Aires, las bandas comenzaron a viajar a pueblitos y ciudades de otras provincias. Confirmarlo es simple: basta con buscar noticias sobre secuestros virtuales en webs de diarios del interior del país.

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