Secretos del Vaticano

Cómo funcionan los juicios contra los acusados de revelar secretos del Vaticano

Al lado de la Basílica de San Pedro, dos guardias suizos estaban parados bajo un arco. Uno llevaba una espada; el otro, una lanza.

Evidentemente, el Vaticano calcula que dos guardias con armas medievales son suficientes para detener a cualquiera. Al menos, que podrían pelear con los atacantes hasta que lleguen refuerzos.



Pero los guardias nos dejaron entrar al corazón del Vaticano, para un juicio que se ha apoderado de la atención de los italianos durante semanas.



Pasamos por Santa Marta, la casa para huéspedes que dobla en tamaño a la que sirve de vivienda del papa Francisco. Allí había solo un guardia suizo en la puerta principal.



En la misma manzana, estaba el edificio del tribunal del Vaticano. "Prohibidos los celulares, teléfonos satelitales y transmisores", bromeó un oficial como si hubiésemos estado tratando de camuflarlos.



Nos acompañó hasta donde había dos filas de sillas de plástico, en la parte de atrás de una sala del tribunal, con paredes cubiertas de madera, en el primer nivel.



El escudo de armas del papa Pío XI estaba grabado en el techo, flanqueado por cuatro candelabros.



Un crucifijo colgaba en un panel detrás del banco de los jueces, como un recordatorio para los devotos de que el mismo Jesús fue condenado por un veredicto judicial cuestionable.



Secretos del Vaticano. Este juicio comenzó en noviembre de 2015. Se acusa a tres funcionarios,monseñor Lucio Vallejo Balda, su exasistente Nicola Maio y su consultora de relaciones públicas Francesca Chaouqui.



Su supuesto delito: filtrar documentos clasificados sobre una comisión de reforma creada por el papa Francisco.



El Vaticano también acusa a dos periodistas italianos: Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi, de solicitar los documentos filtrados.



Los delitos se castigan con penas de hasta ocho años en prisión. La filtración de documentos, que se referían a malos manejos financieros en el Vaticano, ocurrió cuando el papa Francisco buscaba implementar reformas administrativas en la Iglesia.



Los documentos. Los acusados niegan los cargos. Los dos periodistas cuestionan el derecho de una corte extranjera de procesarlos por lo que consideran que se trata de una práctica periodística estándar: obtener información de aquellos que tienen el poder.



El juicio ha estado marcado por alegatos inusuales. Vallejo dice que Francesca Chaouqu lo sedujo en la habitación de un hotel en Florencia en 2014. Agrega que el hotel podría confirmar que en su cuarto encontró su camisón, al que se refería como "picardías".



Chaouqui negó haberse acostado con el sacerdote y ha puesto en duda la orientación sexual de este.



Así que estuve esperando con interés la llegada de ambos a la corte. El sacerdote entró primero.



"Estoy muy bien", dijo Vallejo a los reporteros, alegremente. "Me estoy relajando, he tenido ocho meses de descanso".



Francesca Chaouqui llegó poco tiempo después. Está esperando un hijo que nacerá pronto. La corte instaló un sofá y una almohada para ella al lado del banco de los acusados.



Por un pequeño momento miró en dirección a Vallejo, pero no interactuó con él. Nicola Maio, otro acusado, se sentó en un banco entre ambos. Se frotaba la frente con un pañuelo doblado cuidadosamente.



Los otros dos acusados, los periodistas Nuzzi y Fittipaldi, usaron su derecho de no asistir. Un policía del Vaticano, armado con una pistola, se ubicó en la parte de atrás de la sala. Todos nos pusimos de pie cuando entraron los cuatro jueces. Cada uno llevaba una túnica negra y pelucas de rizos blancos. No hay jurados en el Vaticano. Los jueces deciden los veredictos.



Puntuación perfecta. El sistema judicial de algunos países se enorgullece de tener procesos prácticos y de desarrollar interrogatorios fascinantes. Pero el Vaticano da la impresión contraria.



El decorado de la corte y las batas de sus oficiales eran deslumbrantes. Pero el interrogatorio de los testigos parecía diseñado para ser lo más aburrido y repetitivo posible.



Durante una sesión de tres horas y media, la corte oyó las declaraciones de cuatro testigos: un funcionario del ministerio de Economía del Vaticano, un médico que trabaja en el Vaticano, un sacerdote y un ingeniero informático.



Los primeros tres interrogatorios siguieron el mismo proceso: un abogado de la defensa o de los acusados hacía una pregunta, el testigo contestaba y los jueces intervenían, usualmente apropiándose del interrogatorio. Después de cada pequeña intervención, el juez que preside el tribunal, Giuseppe Dalla Torre, dictaba al taquígrafo de la corte su propio resumen de lo que se había dicho. Puso especial preocupación en la puntuación. "Pon una coma aquí y luego un punto final", decía continuamente al taquígrafo. Al final de la declaración de cada testigo, un funcionario sentado al lado del taquígrafo leía para la corte lo dictado por el juez. Así que todo se decía o escuchaba tres veces, causando cierta impaciencia en el público de la sala.



Canto de aves. Los abogados de los cinco acusados tuvieron la oportunidad de interrogar a los testigos. Pero la disposición de la corte no los favorecía.



Su banca estaba en la parte de atrás, lo que significaba que tenían que dirigir sus preguntas a la espalda de cada testigo.



Los tres acusados se comportaron de manera distinta. Chaouqui pasó gran parte de la sesión murmurando en el oído de su abogado. Nicola Maio tomaba notas en un pedazo de papel doblado cuidadosamente.



Vallejo reaccionaba histriónicamente a las declaraciones de los testigos. Parecía sentirse complacido cada vez que la atención de los reporteros.



Cuando ya estábamos de tarde, pudimos oir el canto de los pájaros de los jardines de Vaticano. Mientras la sesión se adentraba en horas de la tarde, la corte oyó a un experto que había recuperado mensajes de los teléfonos celulares y computadoras portátiles de los acusados. El juez Dalla Torre admitió que no era un experto técnico.



"¿Qué es eso?", preguntó, cuando los testigos comenzaron a hablar de almacenamiento en la nube. Finalmente el juez decidió que era tiempo de terminar. Después de todo, el taquígrafo necesitaba un descanso.

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