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Abzurdah: cuando la enfermedad vende

El best-seller autobiográfico de Cielo Latini, es llevado a la pantalla grande, nueve años después. Conflictos de una adolescente de clase media acomodada, anorexia y una obsesiva "historia de amor", recorren la trama del producto cinematográfico más taquillero del momento.

En 2006, Abzurdah causó furor entre el público joven. Constantemente se agotaba en las librerías y su autora, Cielo Latini, recorría todos los programas de televisión. En cada entrevista, volvía sobre su relato autobriográfico: el de una adolescente inmersa en una relación enfermiza, a la cual atribuye sus posteriores problemas alimenticios y conductas autodestructivas.

El libro no estuvo exento de polémicas. Lectoras que se veían reflejadas en algún aspecto de la historia, padres iracundos y especialistas, emitían juicios. El conflicto giraba en torno a las interpretaciones del testimonio de Latini: ¿en dónde está el eje?; ¿qué mensaje deja?; ¿qué reapropiaciones hacía el enorme público adolescente que lo adquiría?

Las problemáticas complejas que aborda el texto reaparecieron cuando Abzurdah llegó a la pantalla grande, en una adaptación que tiene el aditamento de ser una enorme apuesta comercial protagonizado por dos figuras convocantes como Eugenia "China" Suárez y Esteban Lamothe. A la controversia inicial, por lo tanto, se suma una nueva: la implicancia del pasaje de una experiencia personal, ya hecha novela, a su adaptación cinematográfica.

"El amor duele", es el slogan que promociona la película, que ya vieron más de 600 mil personas. Es también el argumento que atraviesa su desarrollo. En palabras de la directora, Daniela Goggi: "Es la historia de una adolescente y, si el amor no funciona, va a pasar el sufrimiento al cuerpo. Ésa es la anorexia en la película". Por ello, desde el comienzo, Cielo se siente “un lobo, autodestructivo, ultrajado”, cuyos orígenes encuentra en su primer “amor no correspondido”. Los desórdenes de alimentación, centrales en el libro, pasan a ser subsidiarios. Su explicación está en el rechazo de Alejo, un hombre diez años mayor que la protagonista (de 14 años en el libro, 17 en la película). Éste, por otro lado, ostenta una responsabilidad lavada.

Si bien desata "el dolor", en la cinta se lo muestra perjudicado por los vaivenes de la adolescente: loca, obsesiva. Él, hombre, adulto, "normal", se encuentra frente a situaciones incómodas, a los cuales lo somete una Cielo “inestable” (a quien, sin embargo, en medio de desprecios y quejas, busca una y otra vez).

Cielo se describe a sí misma como una persona que nunca fue “normal”. En el texto, asevera que “tanto aburrimiento y tanto ‘no pasa naranja’” la llevaron a angustiarse “por la nada misma”. Haciendo eco de un individualismo imperante, dedica largas líneas a la “excepcionalidad” de su caso y a la incapacidad de comprensión por parte de los afectos y profesionales que la rodean. “No me vengan a hablar a mí de los síntomas ni de lo que tengo que sentir o hacer, porque ya tuve suficiente”, decreta.

Junto con sus desencadenantes, la propia superación de los trastornos alimenticios (que se consigue al final) no amerita mayor detalle. Lo que según la autora necesitó de psicólogos, tratamientos y nutricionistas, en la película no representó más que un corte de cámara y la confirmación de haber encontrado un nuevo amor.

La protagonista pertenece a una familia sin problemas materiales, y sufrió discriminación por su sobrepeso hasta los doce años, tanto en la escuela como en su casa (lo cual está presente en la novela y apenas mencionado en la mitad de la película). Ambas cuestiones permanecen como un dato “anecdótico”. La unicidad del personaje de Cielo, prima por sobre un problema que afecta a miles de jóvenes, a quienes los medios de comunicación y su entorno imponen un ideal de imagen, propios de una sociedad machista y patriarcal.

Los tiempos de la ficción implican recortes y omisiones. Entre ellos, se encuentra el reconocimiento de un medio disciplinante y un sistema de consumo, que fomenta y reproduce estereotipos de belleza, como forma de realización personal y posibilidad de recibir una aceptación del otro. Los múltiples factores sociales y culturales, que forman parte de una larga cadena de violencia que viven las mujeres, son, en definitiva, dejados de lado. Flacas, hasta el extremo, y bellas, a costa de lo que sea. Que las jóvenes sufran intentando ser lo que la sociedad, mercantilizadora de objetos y cuerpos, impone desde que nacemos, no es consecuencia del amor, sino de un mandato que sanciona estereotipos de lo “lindo” y lo “feo”; lo “bueno” y lo “malo”; lo que “hay que ser” y lo que “no hay que ser”.

Fuente: La Izquierda Diario

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