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Un chip en el brazo de los empleados ya no es ficción

Las situaciones al extremos dejaron de suceder solo en las películas.

¿Dónde está Manuel?”, pregunta el jefe. “Ahí”, le responden, señalando una pantalla. “En el piso 15, colocando azulejos.” “¿Y Dora. Dónde está Dora?” “En el baño, ¿no ves?” Pasa un rato. El jefe, fastidiado: “¿Qué hace Dora en el baño?””No sé, señor”, contesta la secretaria. “¿Quiere que vaya a averiguar?” “No. Déjela por ahora.” Vuelve a mirar la pantalla y va pasando por distintos íconos, hasta que al fin vuelve a preguntar: “Hoy Santiago dio parte de enfermo, ¿no?” Su asistente confirma que, efectivamente, Santiago llamó para avisar que estaba con fiebre. El jefe, irritado, buscando en la pantalla, exclama: “Y si está tan enfermo, ¿por qué no está en su casa?”

Estas situaciones de control extremo se encuentran muy próximas. Ya dejaron de pertenecer a la ciencia ficción.

 

La noticia de que una empresa sueca ha iniciado la incorporación de un chip en el cuerpo de sus empleados puede causar satisfacción o rechazo, según sea quienes la reciban. Los primeros habrán encontrado, ¡al fin!, un modo de control total, sabiendo dónde está cada supervisado y que está haciendo, sin necesidad de andar caminando por el taller o la oficina. Los que se escandalicen, tendrán la convicción de que están a punto de perder la autonomía e independencia, preservando su vida privada.

 

El proceso es bastante simple. Se injerta un chip bajo la piel de cada empleado que permite acceder a varias funciones: ingresar al edifico o las oficinas, utilizar la fotocopiadora, llevarse un café sin tener que poner monedas ni tarjetas de compra, etcétera. Los datos de identificación se encuentran en ese chip que tiene el tamaño de un grano de arroz. El injerto ni siquiera es doloroso o, por lo menos, tan doloroso como puede ser la incorporación de una vacuna subcutánea.

 

La interrelación con un sistema de GPS y un programa que reúna los datos completa la funcionalidad del dispositivo. Naturalmente, es un avance respecto de las pulseras que deben llevar en las muñecas o los tobillos aquellos presos que se encuentran fuera de las cárceles, pero constantemente vigilados respecto de sus movimientos. Es bastante más sencillo y fácil de portar. En las organizaciones empresarias, habrán de dejarse de lado los antiguos métodos de captación de entradas y salidas, sin hablar de la antigüedad prehistórica de las tarjetas-reloj.

 

Si avanzamos un poco más, también reemplazaría con gran eficacia las técnicas de evaluación de desempeño, porque la retroalimentación sería inmediata. Pongamos por caso que un supervisor detecta una mala maniobra de cualquier empleado. El hecho es transmitido mediante una alarma. El supervisor emite una pequeña descarga eléctrica, que el supervisado entiende que está cometiendo una acción inapropiada y la corrige inmediatamente.

 

Tampoco es fantasioso pronosticar la incorporación de un micrófono, para incluir las conversaciones en el rastreo. No se debe olvidar que la función de liderazgo cambiaría radicalmente. En vez de propiciar autonomía, motivación y todas esas cosas tan difíciles de apresar, las conductas serían registradas a través de las pantallas.

 

En definitiva, la tecnología no es admirable por sí misma, sino quién, por qué y para qué se la utiliza, un tema tan antiguo como la humanidad. Lo más curioso de esta novedad es que contradice los pronósticos agoreros, aquellos que preveían el desarrollo de los robots. Parece que el asunto es al revés: se trata de convertir a los hombres en robots.

 

Fuente: La Nación

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